CAPÍTULO 113 — EL RENACER DE ZAFIR.
Lumeria despertó con el sonido de las campanas, un sonido claro que resonaba en el valle, cortando el aire cargado de humo y polvo. El palacio, con sus columnas de piedra tallada, estaba lleno de soldados heridos y cortesanos agotados, pero vivos. El sol del amanecer pintaba el cielo de un naranja suave, iluminando el campo de batalla, donde el suelo seguía manchado de sangre seca y cenizas.
Alexandra estaba en el salón del trono, su armadura ligera cambiada por una túnica gris manchada de barro, el cabello suelto pegado al cuello por el sudor. Carlos, con la pierna y el hombro vendados, cojeaba a su lado, apoyado en un bastón de madera. La corte de Lumeria, reunida en la sala, era un grupo reducido: nobles con rostros demacrados, generales con cicatrices frescas, el rey en el trono, su corona opaca bajo la luz de las antorchas. "Zafir está roto", dijo el rey, su voz áspera. "Sin un líder, colapsará en caos. Más guerras vendrán si no actuamos." Un general, con un brazo en cabestrillo,