Los pensamientos de Jules van a toda velocidad. El hombre que tenía al frente distaba mucho del que ella había conocido apenas unas horas.
El de Charleston había sido risueño, amable y simpático, mientras este, la versión que tenía delante, se estaba mostrando más distante, frío y serio. Si no lo estuviese viendo con sus propios ojos, ella diría que se trata de otra persona. Se escucha el sonido de un motor a medida que una limusina se acerca y Evan se baja. —Tomaré tu maleta, a menos que quieras sacar algo para el viaje. Es una hora de camino hasta el puerto —le dice el guardaespaldas. —¿Puerto? Pensé que la casa estaba lejos de la costa —dice ella con asombro. —Alors, ¿Tabitha no te contó? —le pregunta Alec. Jules intenta recordar si su amiga se lo había mencionado, pero no está segura. Ni siquiera había retenido bien la información que le había dado sobre su nuevo jefe, estaba demasiado emocionada como para retener nada. —No vamos a casa ¡Papi y yo pasamos los veranos en nuestro yate, La sir՝ene! —la voz de la niña es la que le termina explicando. Jules no podía creerlo. Tabitha sabía muy bien lo poco que ella soportaba los barcos. Ahora sí que no tenía dudas, su amiga no se lo había contado porque sabía que si lo hacía, Jules habría rechazado la oferta. Su estómago se revuelve con la desagradable sorpresa. El malestar debe haberse reflejado en su rostro porque Alec frunce el ceño. —¿Eso va a ser un problema? —Los barcos me marean un poco —la verdad era que la mareaban demasiado, la ponían enferma— Pero prometo que no vomitaré encima de alguien —trata de poner una sonrisa. —Te lo agradecería mucho. Deberíamos ponernos en marcha… A menos que viajar en auto también sea un problema para ti. La ironía se escapaba entre las palabras de Alec y Jules no pudo evitar preguntarse qué demonios le estaba pasando y qué había sucedido con el chico que ella había creído conocer. Algo no estaba bien. Comenzaba a sentirse utilizada porque, cada vez le quedaba más claro que, Alec no hizo más que aparentar cuando la conoció, probablemente para llevarla a la cama. Una vez dentro, Alec acomoda sus largas piernas en limusina y cierra la puerta de golpe, lo que no le da más remedio a Jules que dar la vuelta y sentarse al otro lado junto a Dauphine. No pasa mucho tiempo cuando la pequeña comienza a hacerle preguntas. —¿Echas de menos tu hogar en los Estados Unidos? —Solo he estado fuera unas pocas horas y estaba bastante emocionada por venir a Francia, pero, algo me dice que comenzaré a extrañar mi hogar muy pronto —le dice dirigiendo su mirada hacia Alec quien ya la estaba observando. —¿Tienes novio? —Emmm… —la chica no sabe bien qué contestar, es algo privado y, además, no sabe qué tanto sabe la niña de relaciones amorosas. —Por favor, contesta, Jules. Nos morimos por saber —esta vez es Alec quien habla y la toma completamente por sorpresa. —No, cariño, por ahora no —le dice y le regala una sonrisa a la niña. —¿Pero tuviste algún novio estadounidense? ¿Era una estrella de cine? No quedaba dudas de que la pequeña era bastante avispada para su edad. Alec resopla ante la pregunta de su hija y Jule tiene que reprimir una carcajada con todas sus fuerzas. —Sí tuve, pero era mucho más aburrido que eso. —¿Qué significa “aburrido”? —Pénible —es su padre quien le responde en su idioma. —¡Oh, ya lo tengo! Como cuando papi me habla de la bolsa de valores. Eso me hace sentir muy… aburrida. Jules se muerde el labio para contener la risa. Para su corta edad, Dauphine manejaba un muy buen inglés y captaba los significados rápidamente. Era muy inteligente, probablemente mucho más que el promedio de niños de su edad. —Mi papá no tiene novia. Me gustaría que tuviera una. —¡Dauphine! —la regaña Alec. Jules lo mira por encima de la cabecita de la pequeña, y se sonroja aunque intenta no hacerlo. Unos segundos después, desvía la mirada para ver por la ventanilla, esperando que Alec no haya notado su sonrojamiento. Es un alivio cuando Evan detiene el auto junto a un concurrido puerto para que todos bajen. Jules observa la estrecha pasarela del muelle donde se encuentra el yate al final del mismo. Solo hay espacio para que dos personas caminen juntas a la vez. Sin pensarlo dos veces, da un paso al lado de la niña, quien, con toda la naturalidad del mundo, toma su mano. —Creo que le gustas a mi papá. No hace más que mirarte. Creo que él también te gustará. Es muy divertido cuando no está trabajando. Ven, vamos a ver nuestro yate ¡Es el mejor del mundo! Sin darle tiempo a reaccionar siquiera, Dauphine tira de la mano de Jules, ansiosa por llegar más rápido. Un hombre con una gran cámara corre hacia el muelle, bloqueando el camino de las chicas. —¡Alec, regardez ici! ¡Déjanos ver a tu hija y tu nueva novia! —¡Merde! —es todo lo que puede decir él antes de que el caos se expanda.