No más fantasías

—Bonnie. Mon Dieu. Eres tú —dice A como si no pudiera creerlo aunque la estuviese viendo con sus propios ojos. Jules se queda mirándolo de arriba abajo y luego hacia la pequeña que sostenía en sus brazos— Soy Alec Leduc y esta es mi hija, Dauphine.

—¡Bonjour! —la saluda la pequeña con una sonrisa amplia en su rostro.

Al escuchar las palabras del hombre que tiene en frente, Jules se queda con la boca abierta. Era imposible que el misterioso hombre al que le había manchado la camisa hace poco sea su nuevo jefe.

¿Cuáles eran las probabilidades de que algo así sucediera? Era prácticamente imposible.

—Eres… ¿tú eres mi nuevo jefe? —le pregunta ella incrédula todavía.

—Pues, al parecer, sí.

Alec parece como si acabara de ver a un fantasma, que es más o menos como mismo se siente Jules. Lo que estaba sucediendo era de locos.

—Pues, encantada de volverte a ver. La vida es un poco loca ¿eh? —dice ella finalmente.

—Supongo que se puede ver de esa manera.

Alec se queda inmovilizado por completo, mirándola fijamente. Jules observa como la confusión, ira, diversión e incluso afecto aparecen reflejados en su ojos esmeralda.

—¿Cómo te conoció mi papá? ¿y por qué siguen mirándose así? —la voz de la pequeña fue la que los sacó a ambos de la burbuja.

Los ojos de ella viajaron hasta la niña asombrados, sin poder creer lo despierta y atenta que era. No tenía dudas de que se iban a llevar bien, parecía ser muy inteligente.

De lo otro que no tenía duda era de que iba a estar bastante ocupada con ella si no se le pasaba ningún detalle.

—Nosotros acabamos de conocernos ¿No es así, señorita, Moore? —interrumpe Alec rápidamente.

—Sí, Sí claro. Debo haberte confundido con alguien más porque yo nunca antes había estado en Francia.

—Debo ser yo, siempre me dicen que mi cara es muy común. No sería profesional que contratara a una niñera que ya conozco, por eso estoy con la agencia, hacen el mejor de los trabajos.

Una vez más, los ojos de ambos se encuentran, es como si fueran polos opuestos atrayéndose todo el tiempo.

—¡Dauphine! ¡Oh, gracias a Dios que la encontraste!

Alec mira con rapidez hacia otro lado cuando un hombre alto, piel trigueña y hombros anchos se acerca corriendo.

—Dile a la seguridad de la estación de tren que suspenda la búsqueda. Bonnie… eh, la señorita Moore vino al rescate —dice Alec rascándose la parte trasera de la cabeza mientras se regaña internamente por llamarla por su nombre de pila cuando ella aún no se había presentado.

—Oh, usted debe ser la nueva niñera. Soy Evan, el guardaespaldas y mano derecha del señor Leduc.

Evan tiene un claro acento británico y un trato muy amable. Extiende su mano para estrechar de la chica.

—Encantada de conocerte y, por favor, llámame Jules —no se podía negar que era un hombre muy apuesto.

Por primera vez, ella decía su verdadero nombre lo que hizo que la boca de Alec se abriera un poco por la sorpresa.

—Bueno, Jules, gracias por cuidar a la pequeña, estábamos muy preocupados —le dice con una sonrisa descarada y para nada sutil.

—En verdad, fue ella la que me encontró a mí —responde Jules a la vez que sus mejillas se sonrojan.

—¿Ves, Dauphine? Por eso no debes salir corriendo cuando hay tantas personas alrededor —la regaña Alec.

—No fui lejos, solo quería ver los trenes… y encontré a Jules ¿verdad?

La risa pícara de la niña hace que sus ojos verdes brillen con más intensidad, son una copia de los de su padre.

—Dauphine, eres toda una exploradora, pero tu padre estaba preocupado. Puede ser peligroso para los niños pequeños estar solos y él estaba asustado porque te ama —la voz tierna de Jules hace efecto porque de inmediato, la niña se ve arrepentida y le dice a su padre:

—Los siento, papá. No quise asustarte —y lo rodea con sus pequeños bracitos.

—No pasa nada —le da un beso en la naricita— Evan ¿puedes traer el auto? Creo que hemos perdido mucho el tiempo.

—De inmediato jefe. Vamos, Dauphine.

Jules siente el calor del sol y el olor del aire salado del mar cuando sale de la estación de tren. La niña camina adelante con Evan, dejándolos solos a Alec y a ella.

—¿En serio no sabías que era yo cuando aceptaste el trabajo? —le pregunta él más serio de lo que jamás ella lo había visto, casi no parecía el mismo chico que había conocido el día anterior.

—Claro que no ¿y tú? ¿No sabías que era yo?

—Non. Mi empresa de seguridad hizo la verificación de antecedentes, pero ¿no me habías dicho que trabajabas en una empresa? Me refiero a lo del ascenso y todo eso.

—Pues sí, de hecho, soy arquitecta, pero supongo que las cosas cambian.

Lo que menos le apetecía a Jules era contarle que todo el trabajo se había presentado de la manera más loca.

—Sabía que habías renunciado al trabajo, no sabía que había sido un cambio tan drástico.

—No es para siempre. Haré lo mejor que pueda este verano, pero luego volveré a la arquitectura.

Alec asiente con su cabeza y, antes de continuar, la toma del brazo y se detiene de pronto. La mira y está muy serio.

—Entonces, que así sea. Dejaré de lado mis ideas de la Bonnie, Jules es quien cuidará de mi hija ¿Entiendes? —una de sus cejas se levanta.

Ella asiente con su cabeza y luego él le libera el brazo y continúa caminando. Justo así, Alec le había dejado bien claro que no habría tonterías entre ambos.

Toda fantasía que había tenido Jules con él, acababa de morir.

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