Solos al fin

Jules no sabía mucho francés, era un idioma que tenía bastante oxidado, pero no le hizo falta mucho para entender la palabra que Alec había dicho, ni necesitaba ser una experta en lenguaje corporal para darse cuenta de lo incómodo que estaba de repente.

—¿Quién es ese? —le pregunta ella en voz baja.

—Un paparazi. Francia tiene estrictas leyes de privacidad, pero una foto del señor Leduc y de Dauphine podría darle la vuelta al mundo en cuestión de minutos —es Evan quien le responde.

Las cejas de la chica se elevan en su frente al darse cuenta de que Alec no solo es rico, sino también famoso, o al menos eso es lo que parece.

El paparazi se acerca y Evan y Alec pasan al frente de manera que ocultan a las chicas. Dauphine toma el brazo de Jules, está asustada.

—Alec, tu cuñado Michaello sale de prisión esta semana ¿Cómo te sientes al respecto? —pregunta el paparazi mientras el flash de la cámara comienza a dispararse sin cesar.

—El señor Leduc está con su familia. Déjelo en paz —Evan sale al paso.

—Solo necesito una foto, Alec. A los seguidores les encantará ver la química entre tú y ma´moiselle.

De manera más que rápida, Alec se gira y le susurra a Jules:

—¡No respondas a nada de lo que te pregunte! No puedo dejar que tome una foto de mi hija.

Sin saber qué se apodera de ella, un instinto de protección le recorre el cuerpo a la chica y se interpone entre la pequeña y el fotógrafo de manera protectora, colocándola a sus espaldas.

—No le tomes fotos a los hijos de los demás y mucho menos cuando son niños, eso no es correcto —su voz es una clara advertencia, es el tono de voz que se tenía que ver obligada a poner en la oficina cuando algún hombre se creía superior a ella.

La niña saca la cabeza por un lado y Jules no demora en empujarla suavemente hacia atrás.

—¡Putain! Hubiera sido una gran foto —protesta el hombre.

—¡Cuida tu lenguaje y aléjate de ella! No lo voy a decir dos veces —la voz de Jules no dejaba lugar a dudas.

—Ya la escuchaste, es hora de que te vayas si no quieres que esto se ponga verdaderamente feo para ti —Evan dio otro paso, enderezándose en todo su tamaño.

—¡Solo estoy haciendo mi trabajo!

—Hazlo en otro lugar amigo, no me hagas repetirlo —esta vez, Evan estaba estirando sus manos con una clara amenaza.

Mientras el paparazi y Evan discuten, Alec le toca el brazo a Jules y le dice casi en un susurro:

—Síganme las dos, por aquí

Sin soltar la mano de la pequeña, Jules se aleja rápidamente con Alec a su lado y sin mirar hacia atrás.

—Papi ¿viste cómo Jules se enfrentó a ese hombre? ¡C´etait imcroyable!

—Sí, lo vi. Fue muy valiente —él la mira de reojo, con los ojos brillando bajo sus malhumoradas cejas, y articula con la boca un “Gracias”.

Después de una rápida caminata en silencio, finalmente, todos llegan a un enorme y reluciente yate blanco.

—Creo que Jules lo asustó, pero será mejor que subamos al yate ya —dice Evan desde atrás, lo que provoca que Jules de un brinco a causa del susto.

—¿De dónde saliste?

—Evan es el mejor guardaespaldas del mundo, aparece y desaparece sin que nadie se de cuenta —explica Alec sonriendo.

—No es eso, Alec es demasiado famoso y rico para su propio bien. Cada empleado que trabaja para la familia tiene que tomarse muy en serio las amenazas a su privacidad y seguridad, sobre todo la de Dauphine. Si alguien comienza a hacer preguntas, no respondes y nos informas a mí o a Alec ¿Comprenez-vous?

Evan era muy dulce, pero no estaba simplificando la situación, sino que le estaba hablando con toda la seriedad del mundo. La lealtad hacia su jefe estaba más que clara.

—Por supuesto —responde Jules con voz firme— Me tomo mi trabajo muy en serio. Nunca daría información privada.

—¿Incluso si alguien te ofreciera miles de dólares por hacerlo? —le inquiere Alec— Porque podrían hacerlo, no sería la primera vez.

—Hay cosas en la vida que son mucho más importantes que el dinero. Créeme, yo lo he aprendido.

Alec sonríe, pareciendo impresionado por su respuesta.

—Deberíamos subir a bordo, antes de que lleguen más —todos hacen caso a las palabras de Evan y lo siguen.

Ya en cubierta, no pasa mucho antes de que Jules comience a sentir como su estómago se revuelve al sentir que el yate se mueve bajo sus pies.

El mareo empieza brindándole una sensación incómoda en medio de su estómago. Sabe que no tardará mucho antes de que los deseos de vomitar lleguen.

—Papi ¿puedo mostrarle a Jules mi camarote, s´il te plaît? ¡Quiero que conozca a Monsieur Bear! —pregunta Dauphine emocionada.

—Todavía no, mon petit chou. Primero tiene que instalarse. El tío Evan te llevará a tu camarote.

—Que se diviertan los dos —dice el guardaespaldas divertido antes de que Dauphine tome su mano y lo hale bajo cubierta, hablando con él todo el camino.

Y justo así, Jules y Alec se quedan a solos por primera vez desde su reencuentro en la estación de tren.

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