Confesando sentimientos

El silencio se estira entre ellos, pesado, como si ambos supieran que lo siguiente que se diga tendrá consecuencias irreversibles.

Jules apenas logra sostener la intensidad de esos ojos verdes que parecen diseccionarla, mientras el aire cargado de salitre se enreda entre sus cabellos rubios.

Su corazón late a un ritmo frenético, tanto que teme que Alec pueda escucharlo.

—¿Fingir? —repite él al fin, con voz grave, arrastrando cada sílaba como si la saboreara.

Jules asiente, sin apartar la vista.

—Sí. Fingir que esto no existe. Fingir que usted no me mira como si quisiera odiarme y besarme al mismo tiempo.

El destello en la mirada de Alec cambia. Se oscurece, como si la tormenta que siempre se oculta detrás de su fachada perfecta estuviera a punto de desatarse.

Da un paso hacia ella y la cercanía hace que el aire se vuelva espeso, sofocante.

—No estoy fingiendo —responde con firmeza—. Ahora tú trabajas para mí, para cuidar a mi hija. Acabas de ver lo complicado que es mantener a Dauph
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