Un pequeño consuelo

El siguiente día no fue bueno para Lía, estaba recostada en el sillón, sintiendo que sus huesos se rompían, sus labios estaban amoratados, sus encías habían sangrado toda la noche, los efectos secundarios de la segunda quimioterapia le habían pegado más duro que la primera.

Freja estaba arrodillada en el suelo, frotándole las manos, pero las manos de Lía no se calentaban.

—Vamos, corazón, aquí estoy —dijo Freja, tratando de controlar los nervios, habían pasado muy mala noche, pero no la dejarían sola.

Millie salió de la habitación llevando otra manta, se acercó y cubrió a Lía, pero era inútil, su cuerpo no se calentaba.

—¿Llamamos al médico? —preguntó Millie, mirando a Freja.

—Ya lo hice —contestó Freja— dijo que es normal que esto pase.

—¡Esto no es normal! —Millie alzó la voz mucho más de lo que pretendía —Lía está sufriendo demasiado, como puede ser posible que con tantos avances no hayan encontrado nada que permita que esto no pase.

En el pequeño porche, Nicolás y Tobías no podían
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