La noticia de la detención de Lars Andersen se extendió por los barrios bajos y lugares sucios de la ciudad, no salió en los periódicos, no hubo escándalo público. Simplemente, una noche perdió su libertad y amaneció en una celda, enfrentando los cargos de todo lo que debido a su gran ambición, había hecho.
En la mansión Skarsson, Mikkel recibió un mensaje del Fiscal. “Está hecho.” No respondió el mensaje, sostuvo el teléfono por un momento, sintiendo el gozo de esa pequeña victoria, había aplastado a un insecto, pero el monstruo que vivía en su cabeza, el que tenía el rostro de Lía, seguía intacto, rugiendo dentro de su pecho.
La enfermera Elin notó un cambio en él, Mikkel empezó a tomar sus medicamentos sin protestar, comía lo que le llevaban, seguía las indicaciones de los terapeutas que venían a ejercitar su corazón debilitado, pero no lo hacía por resignación, aquello era la disciplina de un soldado que se prepara para una guerra.
Henrik lo observaba sintiendo un profundo temor,