El día de la gala llegó más rápido de lo que Lía esperaba, era como si el tiempo se hubiera acelerado para castigarla. Se despertó en la mansión con un nudo en el estómago, Mikkel ya se había levantado y estaba en el baño, podía escuchar el sonido de la ducha.
Se quedó en la cama un rato, mirando el techo, pensando en cómo todo se había torcido tan rápido, el plan con Astrid era su salida, su manera de proteger a Mikkel del dolor de verla enferma, de verlo sufrir cuando la quimio la dejara calva y demacrada.
Pero cada vez que pensaba en dejarlo, el corazón le dolía como si se lo apretaran con la mano. Se levantó despacio, sentía el cuerpo pesado, el cansancio de la leucemia no dudaba en recordarle que el tiempo se acababa.
Fue al armario y sacó el vestido que Mikkel le había regalado para la ocasión, era de tela de seda color beige, con un corte elegante que caía perfecto sobre su cuerpo. Se lo probó frente al espejo.
El vestido era precioso, la tela se ajustaba a su figura, pero al