Cuando Mikkel entró en la habitación, se encontró con un gran caos, había objetos tirados por todas partes y fragmentos de vidrio esparcidos sobre la alfombra. Astrid estaba sentada al borde de la cama, llorando, su rostro mostraba tristeza y desesperación.
—¿Fuiste con ella? —preguntó, su voz temblaba al igual que su cuerpo.
Mikkel se acercó a ella.
—Astrid, sabes que tengo muchas cosas que hacer, manejo grandes negocios, no puedo estar pegado a ti las veinticuatro horas del día, debes de entenderlo.
Él mintió, porque si Astrid sabía que había ido a ver a Lía, tendría un episodio de nervios.
Ella lloró con más fuerza, sollozando.
—Tengo miedo, Mikkel, ella es una mujer sana y bella, y yo... —hizo una pausa dramática— yo solo soy esto, es lo que queda de la mujer que te amó más que a su vida, que se sacrificó para que ese hombre no te hiciera daño.
Enseguida hizo un puchero, bajando la cabeza, Mikkel suspiró, resignado, se sentó en la cama junto a ella y la abrazó, pegándola a su cue