70. La traición disfrazada.
Me despierto con un sabor amargo que no se disipa con la luz temprana que se cuela a través de las cortinas del santuario, como si la misma mañana conspirara para recordarme que algo anda mal. No puedo ignorar el peso de la duda que se instala en mi pecho, una sombra que crece cada vez que miro a mi alrededor. Hay una traición disfrazada entre las paredes que creo refugio, y ese pensamiento me hace sentir una piel demasiado fina, demasiado expuesta.
Durante semanas, siento pequeñas grietas en la confianza que deposito en quienes me rodean; gestos que no encajan, palabras que se pierden en el aire antes de completarse, miradas fugaces que se apartan al cruzar las mías. Pero nunca quiero escuchar esa voz interna que grita advertencias. Ahora, las piezas empiezan a ensamblarse con un retorcido sentido de inevitabilidad: alguien cercano a mí regala secretos, vende mi piel al mejor postor, quizás incluso a Averis, o a esa sombra nueva que se desliza en nuestros dominios.
Observo con ojos d