271. La beta oscura.
La noticia de su llegada me precede como un susurro que se desliza por los corredores antes de que la luz se atreva a tocar los muros.
Dicen que viene del sur, de un lugar donde el desierto quema la piel y el viento huele a resina y a sangre seca.
Dicen que ha matado a su amo, que ha servido en templos donde las plegarias se confunden con gemidos, y que su lealtad no pertenece a ningún trono, sino solo a quien sea capaz de dominarla sin romperla.
Cuando la veo entrar, entiendo por qué la llaman la doncella oscura.
No hay oscuridad en su piel, sino en la manera en que la luz se atreve a tocarla: como si incluso el resplandor temiera ser devorado.
Su andar no suena. Su respiración, tampoco.
Solo sus ojos, negros como la promesa de un pecado, me buscan con una certeza que no pertenece a una recién llegada.
Se inclina, pero no lo suficiente. Lo justo para mostrarme que la obediencia puede ser una forma de desafío.
—Mi reina —dice, y su voz tiene un acento que me acaricia el oído, dulce y