158. La cama del enemigo.
Nunca creí que la cama de un enemigo pudiera convertirse en mi escenario más íntimo de poder, pero esta noche, entre velas altas que gotean como cuerpos cansados de tanto arder, entre copas rebosantes de vino rojo que parece sangre recién derramada, descubro que el placer no es solo un arma sino también un disfraz, y que fingir sumisión es la forma más exquisita de dominio.
El hombre frente a mí —un miembro de la corte, rival encubierto del conspirador, uno de esos que se alimenta de rumores y los escupe convertidos en veneno político— sonríe con los labios húmedos de deseo y ambición, como si creyera que estoy aquí por debilidad, como si ignorara que soy yo quien lo ha elegido, quien ha preparado cada detalle de este encuentro.
—No pensé que vendrías —dice mientras acaricia el borde de la copa con un dedo lento, como quien roza un secreto que todavía no se atreve a confesar.
Yo ladeo la cabeza, dejo que mi cabello caiga como un río oscuro sobre mis hombros desnudos, y sonrío apenas,