150. El banquete de los traidores.
El palacio en ruinas respira ceniza y humo, pero la mesa que los sobrevivientes han dispuesto brilla con un esplendor grotesco, como si quisieran negar la devastación que nos rodea. Copas de cristal manchadas de vino rojo, carnes aún sangrantes servidas en bandejas de plata ennegrecida por el fuego, perfumes demasiado dulces que no logran ocultar el hedor a cenizas y cuerpos quemados. Yo camino a su lado, tomada por el brazo del gran conspirador, como si fuera su trofeo, su botín de guerra, y aunque mi cuerpo todavía arde con la marca brutal que me dejó en la piel, sonrío con esa languidez que confunde deseo y sumisión, dejando que todos crean que me he rendido, cuando en realidad cada mirada que lanzo es un veneno que siembra dudas, celos y sospechas.
Los sobrevivientes nos reciben con sonrisas tensas, algunos me miran con devoción, otros con una mezcla de odio y lujuria que me alimenta, porque sé que en cada uno de esos ojos late la pregunta que ninguno se atreve a formular en voz a