15. El olor del deseo.
El olor llega antes que sus pasos, como un presagio que precede a la tormenta. No es un aroma simple, no es solamente el sudor que se adhiere a la piel después de la caza ni la sangre seca que queda como un tatuaje invisible en el aire, sino algo más profundo, más primitivo, una nota grave que atraviesa mi nariz como una daga lenta, llenando mis pulmones con una advertencia que no necesito interpretar. El ambiente se espesa de repente, como si el jardín, las paredes y hasta el cielo reconocieran su presencia antes que yo, y aunque no escucho todavía el eco de sus botas sobre la piedra, aunque mis ojos no han visto su silueta recortarse contra la entrada, ya sé que está aquí, que ha vuelto con el hambre metida en los huesos y en la mirada, con ese modo suyo de caminar que no busca, sino reclama, como si no existiera nada que pudiera negársele.
Y entonces lo veo cruzar la entrada del jardín, y no hay en su regreso ni una brizna de ternura, ni una sombra de paciencia; Averis ha venido a