130. Sed de traición.
La tienda se siente sofocante, como si las telas que la rodean fueran llamas invisibles que me cercan; el aire apenas corre, cargado de humo de antorchas y del eco de voces lejanas que murmuran mi nombre con un veneno que no se pronuncia del todo, y cuando Meira entra sin anunciarse, sin esperar mi permiso, lo hace como una tormenta que reclama un cielo que nunca fue suyo pero que insiste en desgarrar. La observo avanzar con pasos firmes, con esa rigidez que anuncia la herida antes de mostrar la sangre, y sus ojos —oscuros, brillantes, llenos de un rencor que quema— me buscan como si quisieran arrancar de mi cuerpo las respuestas que no pienso darle tan fácilmente.
—¿Hasta cuándo piensas ocultarte detrás de tu encanto, Névara? —su voz se quiebra en un filo que me atraviesa—. Todos hablan, todos dudan, todos susurran… pero yo no necesito rumores para saber lo que eres.
Me inclino hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa donde las velas se consumen lentamente, y dejo que la luz