125. El precio de un gemido.
No es el eco lo que escucho esta vez, sino un desgarrón invisible que corta como filo sobre carne, un murmullo que se arrastra entre mis huesos y que se confunde con mi propio jadeo, y mientras mi cuerpo tiembla todavía atrapado en el espasmo del goce, siento cómo algo se desgaja más allá de mí, en los míos, como si cada estremecimiento mío hubiera arrancado un soplo de vida de alguien que amo, y no sé si llorar, reír o gritar, porque la confusión me ahoga y al mismo tiempo me excita de una forma que me da miedo.
—Névara… —una voz rota, húmeda, demasiado cerca de mi oído, y cuando abro los ojos me encuentro con su mirada temblorosa, su gesto de súplica—. ¿Sabes lo que has hecho?
Es Meira. Sus labios tiemblan como si fueran a partirse en mil fragmentos de reproche, sus manos crispadas alrededor de mi muñeca, apretando con una furia que no logra esconder el temblor del miedo.
—No… no me mires así… —le susurro, pero mi voz es un hilo quebrado, no hay defensa en mis palabras, solo una súp