124. El precio de un gemido.
El eco ya no me canta como antes, no se abre en un murmullo cálido dentro de mis entrañas como si quisiera cobijarme, sino que vibra con una fractura que me atraviesa las venas y que siento desgarrar cada respiro, como si cada estremecimiento de placer que aún busco con desesperación arrancara una parte de los que me rodean, como si mis gemidos fueran un sacrificio que se cobra vida y no puedo ignorarlo, aunque me aferre al deseo como a la única llama que todavía me recuerda que estoy viva.
Hay un silencio extraño en la sala esta noche, incluso el fuego parpadea con un temblor que parece desconfiar de mí, y sin embargo mi piel arde como si esperara el roce de manos ajenas que la despierten, y cuando miro a Kareth —su torso desnudo brillando bajo la luz, la respiración cargada de un ansia que se confunde con la mía— sé que no debería dejarlo tocarme, sé que cada beso será una cadena que arrastre a los míos más cerca de la muerte, pero mis labios ya tiemblan de anticipación y mi cuerpo