Cap. 91 Es suficiente
La reacción fue violenta e inesperada. Augusto, con una fuerza sorprendente que brotaba de la confusión y el pánico, apartó su mano de un manotazo.
—¡No! ¡No me toques! ¡Que nadie me toque! —gritó, su voz era ronca, desesperada.
—¡Solo mi esposa puede tocarme! ¡Solo Bella puede tocarme! ¡Aléjense! ¡No me toquen! ¡No me toques, maldita!
Sus gritos eran caóticos, llenos de un terror genuino y una lealtad distorsionada por la droga, pero inequívoca en su esencia: solo Isabella. Solo su "Bella".
Isabella se quedó paralizada, no por el manotazo, sino por las palabras.
En medio de la bruma, intoxicado, posiblemente a punto de ser usado de la manera más humillante, Augusto no pedía ayuda a cualquiera. Pedía a ella. Rechazaba cualquier otro contacto. La nombró como su único puerto seguro.
—Augusto... —susurró, su nombre en sus labios era una pregunta, una consternación, un dolor antiguo remecido.
Pero él no la escuchaba claramente. Pataleaba y manoteaba, atrapado en su pesadilla química.
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