Cap. 63 Soy un hombre adulto

Claro que él había sido el cómplice perfecto. Él había puesto a esa víbora no solo en su propia casa, sino que, al hacerlo, la había legitimado ante toda la familia, incluso ante su propio padre. Le había dado credibilidad. Le había dado poder.

Mirar a su padre, derrotado y avergonzado, era como mirarse en un espejo del futuro. O del presente. Era la prueba viviente de hasta qué punto la manipulación de Celeste podía corromper y destruir. Y Lucius, en ese instante, sintió que su propia culpa era mil veces mayor que la de Augusto. Porque él había sido el primero en caer. Él había allanado el camino para la ruina de todos.

Augusto carraspeó, incómodo, bajo el peso de la mirada acusadora de su hijo. Quería aclarar, desesperadamente, pero cada palabra que intentaba formar solo parecía hundirlo más en el fango.

—Hijo, no es lo que piensas —tartamudeó, y su voz sonó débil, la de un hombre que ha perdido su norte.

—Tu madre... ella no me dejó explicarme. No tuve nada con Celeste, te lo juro.
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