Cap. 60 Realmente me siento tan... tan afligida.
Celeste llegó a su lujoso departamento con el corazón acelerado no por emoción, sino por una ansiedad que comenzaba a ser familiar. Arrojó su bolso al sofá y corrió hacia la cocina, desempacando con manos temblorosas la comida para llevar gourmet que había recogido. Cada movimiento era urgente, calculado.
Augusto llegaría en cualquier momento. Él era su pieza clave en este momento de crisis, el único que parecía conservar cierta influencia sobre Lucius. Su plan era simple, y lo había ejecutado con éxito antes: usar a Augusto como un megáfono, como un martillo de fuerza bruta contra la voluntad de su hijo.
Tenía que lograr que Augusto obligara a Lucius a reunirse con ella. Una cena, un café, lo que fuera. Solo necesitaba unos minutos a solas con él para volver a tejer su red de mentiras, para mirarlo con esos ojos llenos de lágrimas y convencerlo de que todo era un malentendido, de que Alba era la maestra de la manipulación y ella, la pobre víctima eterna.
Mientras acomodaba los plato