Cap. 58 No nos hemos divorciado
El estudio, un santuario de madera noble y libros encuadernados en cuero, se convirtió en el campo de batalla más civilizado y letal de la mansión. Las dos mujeres se sentaron una frente a la otra, separadas por un océano de resentimiento, secretos y una necesidad mutua de supervivencia.

Isabella no perdió tiempo en cortesías huecas. Tomó asiento con su espalda recta y comenzó, su voz, un contrapunto grave y sereno en la tensa quietud.

—Querida, mi niña —dijo, y el término cariñoso sonó extraño, casi clínico, en su boca—, sé que nunca te he tratado con el respeto que te mereces, o el cariño que debería. Pero déjame decirte, no soy una mujer cariñosa. Eso es todo. No soy zalamera y nunca lo fui.

Hizo una pausa, sus ojos, del mismo color que los de Lucius, pero infinitamente más experimentados, se clavaron en Alba.

—Y una de las razones por las que no me agradaba tu hermana era precisamente por eso. Esa falsa dulzura... —un destello de desprecio cruzó su mirada.

—Pero tú... no eres así.

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