Sobre la camilla metálica, helada y sin alma, el cuerpo yacía completamente desfigurado.
La piel empezaba a descomponerse y despedía un olor tan fuerte, tan ácido, que cortaba la respiración.
A simple vista, no se podía saber si era hombre o mujer.
Y, sin embargo, Lucas lo supo al instante. Lo supo apenas lo vio.
En el antebrazo izquierdo, aún era visible una cicatriz clara, en forma de pequeña nube.
Una marca que conocía de memoria.
Clara se la había hecho en el terremoto de Elarvia, hacía ya varios años.
Los médicos le ofrecieron quitarla con láser, pero ella nunca quiso.
"Cada vez que la veo —le dijo una vez— me acuerdo de ti. De cuando me cubriste con tu cuerpo entre los escombros. Si no hubieras estado ahí, tal vez no la contaba. Esta cicatriz me recuerda que sigo viva por tu culpa."
Ahora, entre tanta descomposición, esa pequeña cicatriz seguía ahí.
Alguna vez significó lo mucho que él la había amado.
Ahora solo le recordaba lo fácil que fue para él olvidarla.
Lucas no se movió.