No pude contestar su pregunta.
Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta, como si mi voz se hubiera evaporado en el aire espeso que nos rodeaba. Sarah me miraba fijamente, con esa sonrisa que no era del todo sonrisa, con esa calma tan ensayada que me revolvía el estómago.
—Déjame responderte yo —dijo en un susurro, inclinándose hacia mí con un gesto casi cómplice—. Yo sé que no has podido dormir.
Su tono no fue de burla, ni de compasión, sino de certeza. Una certeza que me desarmó. ¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo podía atreverse a asegurarlo con tanta seguridad, como si hubiera estado junto a mi cama observando mis desvelos?
Quise negarlo, pero mis labios se quedaron sellados. Y entonces ella continuó, aprovechando mi silencio, como si hubiera esperado ese momento exacto para hundir la daga.
—Después de esa cita con Matías, sé que le diste vueltas y vueltas a todo lo que pasó… y a lo que no pasó —dijo, inclinando un poco la cabeza, como si analizara cada uno de mis gestos—. Lo sé,