Desde la mañana sentí que el aire era distinto. Me desperté con el corazón agitado, como si llevara dentro un secreto que no podía compartir con nadie. Matías me había dicho la noche anterior que quería que saliéramos, solo nosotros dos. Una cita. La palabra me resultó tan extraña y a la vez tan cálida. “Una cita”… como si pudiéramos volver a ser los de antes, aunque fuera por unas horas.
Pasé la mitad del día frente al armario, probándome vestidos como una adolescente. Quería que me viera hermosa, que olvidara todo lo que se había interpuesto entre nosotros. Probé uno rojo que me hacía ver atrevida, pero terminé guardándolo. No quería parecer desesperada. El azul marino me pareció perfecto: sobrio, elegante, con un aire de madurez que pensé que él sabría apreciar.
Al pintarme los labios, me descubrí sonriendo frente al espejo. Era una sonrisa temblorosa, de esas que nacen de la ilusión y del miedo mezclados. Me pregunté si él también estaría nervioso. Si estaría pensando en mí, en lo