Capítulo 121

La incomodidad en mi estómago seguía ahí, persistente, como una sombra que se negaba a apartarse. Intentaba sonreír, disimular frente a Santiago, pero por dentro sentía cómo una punzada me recorría el abdomen.

Él, atento como siempre, no tardó en notarlo.

—¿De verdad estás bien? —preguntó con el ceño ligeramente fruncido.

Me obligué a asentir, fingiendo tranquilidad.

—Sí, sí, debe ser la comida… nada más.

Santiago dejó su tenedor y me miró con esa mezcla de seriedad y ternura que lo caracterizaba. Luego se inclinó un poco hacia adelante y habló en voz baja:

—¿Quieres que salgamos a caminar? El aire fresco te puede ayudar.

Su propuesta me pareció razonable. En el fondo agradecí que no insistiera en quedarnos sentados a terminar la comida, porque solo el olor del plato frente a mí me revolvía aún más el estómago.

—Sí, mejor vamos a caminar un rato —respondí con una media sonrisa.

Salimos del restaurante y una brisa suave nos recibió en la calle. Era
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