Capítulo 118

Después de la clase, con el corazón aún latiendo con fuerza por el baile, por la sorpresa de haber coincidido con Alejandro y por la chispa que había quedado encendida en el aire, salimos juntos del salón. El sol ya se había ocultado y la ciudad se encontraba envuelta en ese resplandor dorado que anuncia la llegada de la noche. El aire fresco me acarició el rostro y, por primera vez en mucho tiempo, sentí una ligereza en el pecho.

—¿Tienes algún lugar en mente? —pregunté mientras caminábamos hacia la salida.

—Sí, conozco un restaurante no muy lejos de aquí —respondió con esa calma que parecía natural en él—. No es exagerado, pero es elegante, creo que te gustará.

Lo seguí, intrigada. Llegamos después de unos minutos en su coche, un vehículo sencillo y bien cuidado, nada ostentoso, muy distinto a los autos lujosos de la gente con la que solía relacionarme. Eso me gustó, me transmitía humildad, sencillez… humanidad.

El restaurante tenía un ambiente íntimo, con luces cá
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