Me sorprendí a mí misma sonriendo, y él correspondió con esa sonrisa cálida que recordaba. Caminó hacia mí con naturalidad, sin prisa, y yo sentí un cosquilleo extraño en el estómago. El salón pequeño, la música de fondo, las demás personas ajustando su ropa, todo parecía desdibujarse. Solo existíamos él y yo en ese instante.
Intenté concentrarme, recordar que estaba allí para bailar, para dejar que mi cuerpo se moviera con libertad, pero no podía. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, una corriente invisible me recorría, despertando emociones que creía controladas. Alejandro sonrió nuevamente, y esta vez me saludó con un gesto de la mano, un simple movimiento que me hizo sentir más cómoda, como si el miedo que me había acompañado los últimos días se hubiera diluido un poco.—Hola, Isabella —dijo con su voz suave y profunda—. Qué gusto verte aquí.—Hola… —logré responder, apenas un hilo de voz, mientras sentía que mis mejillas se coloreaban ligeramente.—¿Es tu