Inevitablemente, volví a Alejandro. ¿Por qué pensaba tanto en él? Apenas lo conocía. Apenas había compartido unas horas con él, y sin embargo, esas horas habían dejado una huella imposible de ignorar.
Quizás porque había llegado justo cuando me sentía más rota, más perdida, más hundida en la vergüenza y el dolor. Y en lugar de juzgarme, en lugar de aprovecharse, él había decidido cuidarme, cocinar para mí, escucharme sin reproches. Su voz volvía a sonar en mi memoria, grave pero amable, suave pero segura. ¿Cómo alguien podía ser tan guapo, tan perfecto y, al mismo tiempo, tan sencillo? Me descubrí haciéndome preguntas tontas: ¿qué estaría haciendo ahora?, ¿me recordaría o habría borrado de su mente la imagen de aquella chica deshecha que apenas podía sostenerse en pie? Negué con la cabeza, avergonzada conmigo misma por pensar en él de ese modo, por dejar que mis pensamientos se tiñeran de una ilusión que no sabía si tenía sentido. Pero al mismo tiempo… ¿qué tenía de malo