La noche había caído sobre Londres, y yo regresaba al hospital con el corazón acelerado, esa mezcla de ansiedad y determinación que se enredaba en cada paso que daba. Mientras caminaba por las calles iluminadas de la ciudad, sentí un escalofrío; no era el frío, sino la certeza de que alguien estaba construyendo una mentira demasiado perfecta.
Al entrar al hospital, me aseguré de mantener un perfil bajo. Había pasado el día pensando en cada detalle: cada palabra de la recepcionista, la manera en que el doctor había aparecido como por arte de magia para confirmar un accidente que parecía nunca haber existido. Esta noche, bajo la luz fría de los pasillos, mi objetivo era claro: hablar con alguien distinto, evitar que me reconocieran, y obtener información real. Me acerqué al mostrador y la recepcionista de turno me recibió con una sonrisa amable. “Good evening, how can I help you?” —Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarle? —preguntó la recepcionista, con un tono cordi