—¿Y tú quién demonios te crees? ¡¿Desde cuándo te toca darle lecciones a mi esposa?!
—Liliana, aterriza: para mí no eres más que un instrumento para tener un hijo.
La voz de Ernesto era hielo puro; cada sílaba le golpeó a Liliana directo al pecho.
“Se acabó”, pensó, temblando de pies a cabeza. Pero enseguida se aferró a la única tabla de salvación que le quedaba: el bebé que llevaba dentro. No, Ernesto no sería capaz de deshacerse de ella… ¿verdad?
Bajó la mirada, fingió un sollozo.
—Se-señor González, pe perdón… Yo no quería molestar a la señora; es que ella siempre me insultaba por lo de la casa vieja y hasta inventó chismes en la empresa. Me desesperé y reaccioné mal… Tengo miedo cuando se pone así…
Lloriqueó con la misma táctica de siempre, voz quebrada y temblorosa. Esta vez, sin embargo, Ernesto no estaba para apapachos.
—Dices que Teodora te llamó para insultarte y que te difamó en la oficina… ¿cuándo fue eso?
Creyendo recuperar terreno, Liliana se inventó una fecha al vuelo.
—A