La página entera rebosaba palabras… y ni una sola mencionaba a Ernesto, salvo la línea final.
Él bajó la mirada, empapado de tristeza y culpa.
Los últimos días, Teodora había estado sola; debió de sentir pánico.
Le temía a las agujas y, aun así, soportó el dolor que provoca un cáncer de páncreas.
Agonizaba y, encima, contemplaba a su esposo abrazar a otra mujer.
Ernesto no podía imaginar cuánto le dolió el alma.
Desde que le declaró su amor, creyó que pasarían la vida juntos; todos sus sueños terminaban en finales felices.
Y aun así, se descarriló.
Se odiaba a sí mismo… y despreciaba a Liliana. Si ella nunca hubiese aparecido, ¿acaso nada de esto habría pasado?
La casa, vacía y muda, lo envolvía en soledad.
Guardó el diario y el convenio de divorcio juntos, y los cerró con llave: el último vestigio de Teodora.
Al ir al baño vio su celular sobre el tocador. Recordó las palabras de Sofía y lo desbloqueó de prisa.
Allí estaban los mensajes de Liliana, junto con fotos explícitas. La rabia