Aimunan

Desperté a la mañana siguiente, sin ganas de levantarme. Aun así, me obligué a hacerlo. El familiar aroma a café recién molido y a panqueques dulces flotaba desde la cocina, donde Trina ya se había levantado. Por el tintineo de los cubiertos y el suave chisporroteo del aceite, supe que estaba cocinando. Me tomé el tiempo de ducharme, sintiendo el agua caliente resbalar por mi piel y relajar mis músculos tensos. Todas mis cosas seguían en la habitación como si nunca me hubiera ido, el mismo aire de hogar me envolvía. Revisé el teléfono, la pantalla fría y silenciosa en mi mano, esperando algún mensaje de él, pero no había nada.

​¿Qué habrá pasado? Me miré en el espejo y mi reflejo me devolvió una imagen con ojeras oscuras que pesaban bajo mis ojos. Nos acostamos después de medianoche, y la falta de sueño era evidente. Con unas rodajas de pepino, que sentía en mis manos como pequeñas losas frescas, mejoraría el aspecto. Con esa idea salí a la cocina.

​—Buenos días, mi bella d