Alexander (Jing-Sung)
Me obligué a levantarme. La sangre me golpeaba en la sien, pero el dolor físico era solo un eco sordo al lado del vacío que me había taladrado el pecho. Había autorizado la muerte. Había firmado la pérdida de mi hija para salvar a la mujer que amaba. Esa decisión, forzada por la traición, era mi nueva cicatriz.
Miré el suelo donde mis rodillas se habían rendido. El dolor se había ido; ahora solo había determinación.
—Lo siento, pequeña —murmuré, con la voz tan seca que apenas la reconocí—. No llegaste a ver el sol de afuera, pero tu vida no fue en vano.
Mi padre me había dado la vida. Tú me habías dado un futuro. Y ahora él te había arrebatado ese futuro con la crueldad de un depredador. El dulce. La analogía me golpeó con una rabia renovada. Me había permitido saborear la promesa de una familia solo para arrancarla y decirme: Soy tu dueño.
Levanté la mano y me limpié el rastro de lágrimas. La debilidad se había terminado.
—Te juro, mi niña, que