Alexander Lee
La multitud se sentía como una extraña aliada, un camuflaje perfecto para mi emboscada. Vi a mi padre y a Ji-Seok salir por la puerta lateral, y me di cuenta de que mi sorpresa no sería la única. Dos hombres se acercaron, les entregaron unos sobres y los guiaron hacia un auto. ¿Cuál era su plan? Los nervios de mi padre eran evidentes en su forma de mirar alrededor, mientras que Ji-Seok mantenía una compostura inquietante.
Aceleré el paso, la adrenalina corría por mis venas. Tenía que interceptarlos.
—¡Bienvenido, padre!—Dije fuerte y claro , y su reacción lo dijo todo. La sorpresa en su rostro me confirmó que estaba en el camino correcto.
—Jing-Sung … murmuró.
—Podrías haberme avisado, ¿no crees?— esperé su respuesta.
Su risa fue falsa, un sonido hueco. —Jaja, parece que en eso nos parecemos, hijo. Tú te vas de Corea sin decirnos nada y yo vengo a Venezuela sin avisar. Gracioso, ¿verdad?.
—¿Y tú qué haces aquí?—miré a mi primo, mi voz se mantuvo firm