Capítulo Veintitrés: No te dejaré ir.
Cuando amas a alguien realmente sientes alegría, como el que el mundo está a tu favor. Gusto al estar con esa persona y a demás sientes seguridad y también eres capaz de darle seguridad y una estabilidad emocional a él o a ella, en su defecto. Además de calor y calentón, siempre estás contenta o contento y tienes una sensación de bienestar prolongado cuando estás al lado de esa persona a quien amas. Así mismo sentían Gustavo y Cecilia. Aunque ella estaba bastante confundida por todo lo que sucedía a su alrededor, él estaba decidido a no dejarla ir, no le importaba nada ni nadie, ni mucho menos saber que era su hermana; por nada del mundo él iba a renunciar a ella.
Estaba enamorado de ella, no de su hermana, si no de la chica que llegó un día a su casa a trabajar como sirvienta. Aquella chica dulce e inocente, esa que lo enamoró con una cálida y hermosa sonrisa, la de la mirada brillosa y resplandeciente. De ella fue quién se enamoró él y no quería perderla.
Es verdad que ningún ser hu