Samantha Gerber una exitosa abogada que, después de salir de una relación abusiva, cayó fácilmente en otra mucho más retorcida con un psicópata. Dicha relación marcó un antes y un después en su vida, comprendiendo que el amor va mucho más allá de ser sodomizada en el acto sexual, ya para entonces, Felipe, el hombre que la quiso con locura, continuaba con su vida y ella deseaba ser parte otra vez. Sin embargo, él se la pondría difícil, está herido y su corazón renuente, no piensa caer en su juego y darle la oportunidad de joderlo otra vez con sus palabras, porque está harto y su CORAZÓN BLINDADO. ¿Logrará Samantha conquistar de nuevo su frío corazón? ¿Aceptará Felipe sus sentimientos a tiempo, o una nueva ficha pondrá todo en juego? *(Para tener una lectura más placentera leer antes Colores Violetas)*
Leer másAños atrás…
Samantha regresa a Boston después de estar un tiempo fuera del país, le faltan pocos años para ser una abogada de excelencia, su hermano le ha abierto las puertas de su casa y se niega que pague un hotel, ella no desea incomodar, sin embargo, prefiere eso que vivir bajo el techo de su madre. Los cuatro años en el extranjero, le hizo caer la venda de sus ojos y conoció un mundo del que su hermano le privaba, no está dispuesta a seguir bajo sus reglas y de las doctrinas de su madre, regresa por tres cosas, la primera por petición de él, la segunda por el cumpleaños de su pequeña sobrina y la tercera en busca de Felipe, el hombre de esa voz gruesa que la hace gemir al tocarse.
Siente una pesada mirada encima de ella y un joven de unos veintitantos, la observa con deseo. Ella con picardía le guiña un ojo y cruza sus esbeltas piernas, provocando que su corto vestido se suba y su tanga de encaje sea visible por un costado, lo seduce con sus ojos verdes y coloca su largo cabello dorado de lado y acaricia su cuello entreabriendo sus labios. El joven desea meter su mano entre sus piernas, ella se levanta y camina en dirección al tocador del avión de primera clase que pagó su hermano y, ríe para sus adentros al ver cómo la sigue.
Ha salido con varios chicos, pero ninguno logra darle lo que ella desea; son muy tiernos, quieren ser su príncipe cuando ella no busca ninguno, precoz o simplemente su paquete no encaja con sus estándares. El joven de ojos grises la desnudan por completo y ella muerde su labio inferior, él se lanza a devorar su boca, Samantha siente lo empalmado que está cuando su paquete taladra su abdomen. —¿Suave o duro? — le pregunta el castaño, al bajar su tanga por sus piernas y guardarlas en el bolsillo de su pantalón. —Déjame ver que tienes primero, de eso depende que logre sentir algo, sino no me sirves. El castaño sonríe de lado y desata su corbata alejándose un poco, baja su bragueta sacando su paquete, ninguna mujer le había pedido nunca tal cosa, él es un hombre bien dotado, lo sostiene de la raíz y lo masajeó bajo la verdosa mirada de Samantha. —¿Es mucho?, ahora ven aquí— la toma de cintura y la sube al lavabo, deja besos en cuello y muerde el lóbulo de su oreja—, yo también debo ver la mercancía, porque de eso depende que me des placer, si eres lo suficiente estrecha para mí. Samantha levanta una ceja y lo empuja, abriendo sus piernas, el joven tragó grueso al notar su pequeño accesorio que brilla entre su venus. Ella humedece un dedo en su boca y se frota lentamente, ladea su cabeza al ver como él también se toca, su cuerpo aún no reacciona a él, la tomó del cabello y besa sus labios con frenesí, perdiendo sus dedos en su interior, notando lo pequeña que es su cavidad, no había conocido una chica así de directa, se acomoda en su entrada para enseñarle el placer que es capaz de darle y… —Señores pasajeros, vamos a aterrizar. Todos permanezcan en sus asientos — avisan desde los parlantes, Samantha ríe como una misma cabrona al ver la cara de mil demonios que pone el joven. —Uff, será para la próxima, al final tampoco es que me dieras muchas ganas—reveló y busca la tanga en el bolsillo del desconocido—, y algo más, la única que puede ser arrogante soy yo. La cara del joven se desencaja y niega, acomoda su duro paquete entre sus pantalones y levanta su mirada grisácea hacia ella que está por salir del cubículo. —Hasta la próxima, soy un hombre paciente y te haré tragar tus palabras algún día al demostrarte lo que soy capaz de causar en ti, pequeña. Samantha le guiña un ojo y sale del cubículo, le resta importancia, es un hombre más que no verá jamás en su vida, su mayor deseo es aterrizar lo más rápido posible y que el dueño de esa voz que escucho algunas veces al llamar a su hermano, sea quien cause estragos en ella. Al estar en el aeropuerto, mira a todos lados buscando a sus hermanos, han sido varios años sin verlos. Busca su maleta rosada y camina tragando el nudo que se forma en su garganta “tal vez están algo ocupados como siempre”— supone mientras la fría brisa, levanta su corto y holgado vestido, su piel se eriza por completo y su padre llega a su cabeza, en recordar cómo la estaría defendiendo de su correcta madre por tal espectáculo que está dando.Mantiene sus ojos cerrados y disfruta de la brisa, de repente unas firmes manos se posan en sus piernas, bajando su vestido de golpe, abre los ojos deslizando una sonrisa por sus rosados labios, supone que es hermano, sin embargo, no eran los ojos de él, que la consumía.
Un adonis musculoso de rasgos duros y ojos intensamente oscuros la detallaban por completo, dejándola sin aliento…La noche llego y Samantha entre lágrimas arregla las maletas de su hijo. Fabián, que permanecía apoyado en el marco de la puerta, contemplaba a la rubia que dejaba besos en cada prenda de su pequeño. —Sam, no debes de estar así, Izan se sentirá mal— le pide y ella limpia sus lágrimas que no se detienen—, estará bien conmigo, podrán saber de él, cada día. ¡No soy un mal hombre! — se queja y llaga a su lado, Samantha apoya su rostro en su hombro. —Es que, no pensé que me volvería alejar de mi hijo, aquella vez fue por mi salud mental, y ahora es él, quien se aleja de su madre. —Lo convenceré de volver, mientras, ustedes críen a Maia y yo criare a mi sobrino. —No confió en ti… Felipe está fuera de la habitación escuchando todo. —En mí, ¿pero por qué? —Eres igual que tu hermano y siento que volverán mi bebe un orangután más. —Ya lo es, es mi hijo. Es un Ribeiro y no habrá mujer que se le resista— la molesta Felipe al entrar con su pequeña en brazos. —Felipe, no me digas eso. Es mi
La playa era todo un paraíso de arena, agua y sol. El mar brillaba con mil colores y las olas acariciaban la orilla con suavidad. El cielo estaba despejado, y el sol calentaba la piel con su luz y los más hermoso la felicidad de la familia Ribeiro y Gerber, era de admirar entre todos los que habitaban la playa. Sin embargo, había un pequeño detalle que ensombrecía el momento; Izan.Sergio y Felipe cargan a sus pequeños, Felipe en sus brazos a su pequeña Maia y Sergio lleva a su hijo Matías sobre sus hombros, mientras caminan se detienen a mirar a las mujeres de sus vidas.Alma juega con Alana voleibol mientras Samantha hace castillos de arena con Melissa, que más pueden pedir en ese momento, lo tienen todo. Felipe siente como su pecho se oprime al recordar todo lo que pasaron para llegar a esto y Sergio palmea su hombro.—Hermano, quiero guardar este momento para siempre en mi memoria, pero falta una persona muy importante para los dos.Felipe, niega y su hija, grita cada vez que u
Luna de miel que se extendió por un año, cada día para Felipe y Samantha era un sueño, verla dormir su mejor regalo. Peina con sus dedos su rubio cabello para detallar sus finos rasgos, trazo con sus dedos, sus cejas bajando por su nariz y sonríe al ver las muecas de su amor. No podía creer que su corazón albergara tanto amor, un pequeño pie regordete se posa en su barbilla y Felipe, le da una suave mordida y se escuchan pequeñas risitas bajo el acolchado, lo levanta y una pequeña niña con sus cabellos castaños y rizados aparece. Maia es la luz de sus vidas, nunca habían sido tan protectores, Izan es todo un hermano mayor, el orgullo de su padre. —Papi— sonríe y gatea en la cama para subirse en el pecho de su padre, Felipe la ayuda y pasa sus brazos por su pequeño cuerpo, sintiendo como se entrelazan los latidos de su beba y los de él—, ¿qué hace mi chiquita aquí? Deja besos en su cabecita y la voz de Izan lo hace levantar la mirada. —Padre, no me deja dormir. Mi madre debería ser
—Felipe… ¿están seguros que es él? — titubea y mira a sus amigos, Sergio ríe y la lleva a sus brazos—. Crees que te dejaría casar con otro que no sea mi mejor amigo, de los errores se aprende. —A prueba y error, ahora, vamos cuñada— Fabián le ofrece su brazo, Alana llega silenciosamente y toca con su dedo el hombro de Izan, detrás de ella está Joseph que lleva oculto una guitarra y dos micrófonos. Alma los observa con amor y junto a Sergio toman asiento, entrelazando sus manos al ver su pequeña que no se rinde, su corazón puede más que el mismo orgullo. Izan gira su rostro y luego su silla de ruedas y se pierde en sus lagunas azules. Nota que lleva de collar de la Ala de plata que le entrego. —Hola, Izan. Somos los pajecitos, ya estamos grandes para esto, pero mi papi dijo que debíamos hacerlo. Sabes puedes ir adelante y yo iré detrás de ti— musita con cautela y cruza sus piernitas con dulzura, Izan rueda los ojos, sabe que solo es teatro—, debó hacer algo más, no sé si me quieres
Los días pasaron y ese mensaje nunca llegó, días que se convertían en semanas, de semanas en un mes sin saber de su orangután, visitaba seguido a su hermano y lo veía tranquilo—“si pasara lo peor no estaría como si nada”—, pensaba Samantha, mantenía la fe y se aferraba a cualquier excusa que inventaba su afligida cabeza. Podía agarrar un avión e ir a buscar la respuesta a esa pregunta que le atormentaba y que temia—¿Sigue con vida? —pero no tenía valor, le faltaban fuerzas y permanecía esperando. Sin embargo, esa noche se derrumbó de rodillas sola en su casa, gritando al cielo, porque la vida era tan injusta, su amor, su orangután… ya no estaba en este mundo, se negaba a aceptarlo. Ese mensaje que esperaba cada semana era la muestra que seguía con vida, mensajes que no volvió a recibir, no podía llamar porque estaban fuera de servicio. En un último acto de desesperación busca en los documentos de Felipe y llama a la clínica, pregunta por Felipe y la respuesta fue: “No tenemos registr
Cada intervención era más agresiva. Sin embargo, su familia era su motivo de seguir y soportar cada dolor, cada descarga que activaban sus células sanas, lo mantenían firme, de diez pacientes solo quedan cuatro. Felipe fue uno de los últimos en ingresar a la lista, no era acto por su estado crítico, pero es quien ha dejado más asombrados a los especialistas, más de tres sesiones por semana y los otros no soportan ni dos. Joseph lo contempla mientras duerme; detalla al hombre que le dio una vida, que lo liberó del camino torcido, que estaba— sonríe solo al recordar que no es del todo, pero algo es algo—, no había momento que no deseara ser como Felipe; un hombre fuerte, imponente y sobre todo valiente. Muchas veces quiso largarse de su vida, pero una parte de él, sabía que ese gruñón amargado le tenía aprecio, Joseph tenía conocimientos de cosas que ni su mejor amigo estaba al tanto. Joseph era más que su amigo, era su hermano y estar en ese momento al lado de Felipe, lo demostraba. F
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