Mundo ficciónIniciar sesiónStefan entró en la torre Vanderbilt al día siguiente con la mandíbula apretada y las manos hechas puños dentro de los bolsillos. Los empleados del vestíbulo se apartaron a su paso sin mirarlo a los ojos, como si pudieran oler la furia que emanaba de cada poro de su piel.
El ascensor privado lo elevó cincuenta pisos en silencio. Su reflejo en las puertas de acero le devolvió la imagen de un hombre que no reconocía: traje arrugado, corbata torcida, ojos inyectados en sangre. Había pasado toda la noche dando vueltas en la cama, escuchando una y otra vez las palabras de Luciana.
"No perderé ni un día contigo."
Y luego había cerrado la puerta del auto. Como si él no existiera.
Las puertas se abrieron directamente a su oficina. Esquina noreste, vistas completas de Manhattan, escritorio de nogal italiano que costaba más que la matrícula anual de Columbia. Su reino. Pero hoy se sentía como una jaula.
Stefan aflojó la corbata con un tirón violento y la arrojó sobre el sofá de cuero. Se sirvió whisky directo, sin hielo. Eran las once de la mañana. No le importó.
El líquido quemó al bajar, pero no fue suficiente para borrar la humillación que llevaba clavada en el pecho como una astilla infectada.
¿Quién demonios se creía Luciana Sterling?
Él era heredero de un imperio de mil millones de dólares. CEO más joven en la historia de la compañía. El hombre que las revistas de negocios llamaban "el tiburón de Wall Street" a los veinticinco años.
Y ella lo había tratado como aire.
No era arrepentimiento lo que sentía. No era culpa por haberla humillado públicamente, por haber destruido su compromiso, por haberla acusado de cosas que nunca hizo.
Era rabia pura porque ella se ATREVÍA a rechazarlo.
Stefan apretó el vaso hasta que sus nudillos se pusieron blancos. El reloj de pared marcaba los segundos con precisión. Cada tick era un recordatorio: ciento dieciocho días restantes para convencerla. Ciento dieciocho días para salvar su herencia, proteger a su familia de los Blackwell, y evitar que Sofía y su madre terminaran en la calle.
Se acercó a las ventanas panorámicas. Manhattan se extendía bajo él como un tablero de ajedrez donde cada pieza tenía un precio, un propósito, una debilidad. Y Stefan Vanderbilt sabía exactamente cómo encontrarlas.
"Hago esto porque no tengo opción", le había dicho a Luciana. Y era verdad. Pero había otra verdad que no le había dicho: la humillación de que ella lo rechazara le ardía más que cualquier amenaza de su abuelo.
Presionó el intercomunicador.
—Convoca a legal en la sala de juntas. Diez minutos.
—Señor, tiene reunión con...
—Cancélala. Todo. Ahora.
Hubo un silencio breve antes de que su asistente respondiera.
—Entendido, señor. Una cosa más... ¿debo seguir bloqueando las llamadas de la casa de campo?
Stefan se quedó inmóvil con la mano sobre el intercomunicador. Una punzada aguda le atravesó el pecho.
Sofía.
—No. Pásamelas si llama. Pero no me interrumpas a menos que sea urgente.
—Como ordene, señor.
Stefan se terminó el whisky de un trago y se puso la chaqueta. El hombre que le devolvió la mirada en el vidrio oscuro ya no parecía derrotado. Parecía peligroso.
La sala de juntas olía a cuero nuevo y café recién hecho. Cuatro hombres esperaban cuando Stefan entró: Marcus Fox, ex CIA con una cicatriz sobre la ceja izquierda; David Rothman, abogado corporativo que había enterrado más escándalos que ningún otro en Nueva York; James Park, investigador privado especializado en encontrar lo que la gente quería esconder; y Thomas Ashford, su mejor amigo desde Exeter y el único que se atrevía a decirle la verdad.
Stefan no se sentó. Se quedó de pie a la cabecera de la mesa con las manos apoyadas en el respaldo de cuero.
—Necesito información. Completa. Exhaustiva. Y la necesito rápido.
—¿Sobre quién, señor? —preguntó Marcus.
—Ethan Cole. Estudiante de derecho en Columbia. Tercer año.
Thomas levantó la vista de su tablet con algo que podría haber sido preocupación. Stefan lo ignoró.
—Quiero todo. Historial académico. Expediente financiero. Familia. Amigos. Relaciones pasadas. Deudas. Cualquier cosa desde que nació.
—¿Algo específico que busquemos? —preguntó James.
—Debilidades.
La palabra cayó sobre la mesa como piedra en agua quieta. David Rothman se aclaró la garganta.
—Señor Vanderbilt, debo recordarle que investigaciones de este tipo pueden...
—No me importa. Este hombre es un obstáculo. Luciana Sterling me rechazó ayer en el estacionamiento de Columbia. Me dijo que no perdería ni un día conmigo. —Su voz se endureció—. Necesito saber por qué está tan segura de que tiene otra opción.
—Luciana Sterling no es técnicamente su prometida —señaló David con cuidado—. El compromiso nunca se formalizó después de...
—Lo SÉ.
El silencio se espesó como niebla. Thomas se inclinó hacia adelante.
—Stefan, tal vez deberías...
—¿Qué? ¿Rendirme? ¿Aceptar que perdí? ¿Dejar que los Blackwell compren las acciones Sterling y destruyan a mi familia?
—No dije eso.
—Entonces haz tu trabajo.
Thomas cerró la boca, pero sus ojos dijeron lo que no podía: Esto es un error.
Stefan se enderezó y comenzó a dar órdenes.
—Marcus, vigilancia digital. Redes sociales. Emails si puedes conseguirlos legalmente. Quiero saber con quién habla, dónde va.
—Entendido.
—James, profundiza en Ethan Cole. Familia. Becas. Préstamos. Su pasado. Preparatoria. Universidad. Trabajos anteriores. Novias anteriores. Todo.
James anotaba rápidamente.
—¿Plazo?
—Veinticuatro horas.
—Haré lo que pueda.
Stefan se giró hacia David.
—Tú vas a hacer algunas llamadas discretas. El decano de Columbia, Robert Morrison. La familia Vanderbilt ha donado... ¿cuánto?
—Quince millones en los últimos diez años, señor. La biblioteca nueva lleva el nombre de su abuelo.
—Perfecto. Quiero una reunión con él esta semana. Sin registros oficiales.
David se puso pálido.
—Señor Vanderbilt, si está sugiriendo que usemos influencia institucional para...
—No estoy sugiriendo nada. Solo quiero conocer al hombre que administra la universidad donde mi futura esposa estudia. ¿Hay algún problema con eso?
Los ojos de David dijeron que sabía exactamente lo que Stefan planeaba. Pero después de treinta años trabajando para los Vanderbilt, también sabía cuándo cerrar la boca.
—Arreglaré la reunión.
—Bien. Informes diarios. Marcus reporta directo a mí. Nadie más se entera. ¿Entendido?
Todos asintieron y recogieron sus cosas en silencio. Thomas fue el último en levantarse, deteniéndose en la puerta.
—Stefan...
—No.
—No he dicho nada.
—Puedo ver lo que estás pensando.
Thomas suspiró y se giró para mirarlo directamente.
—Solo te voy a decir esto una vez, como tu amigo. Esto no va a funcionar. No puedes forzar a alguien a amarte investigando a su ex novio.
—No voy a forzar nada. Solo voy a nivelar el campo de juego.
—¿Destruyendo al chico?
—Demostrándole a Luciana quién es realmente. Ella me dijo ayer que no tiene opciones. Que mi abuelo la atrapó con ese testamento. Pero sigue aferrándose a ese estudiante como si fuera su salvavidas. Necesito que vea que él no es lo que cree.
—¿Y si es exactamente quien ella cree que es? ¿Un buen tipo que la amó?
Stefan se giró hacia él con los ojos duros como piedra.
—Entonces encontraré algo que cambie su opinión.
—Dios, Stefan. ¿Te escuchas? Esto no eres tú.
—¿No? Entonces dime, Thomas, ¿quién soy? ¿El idiota que tiene ciento dieciocho días para salvar su herencia? ¿El fracasado que va a dejar que los Blackwell destruyan a su familia porque no puede conseguir que una mujer lo elija? ¿ESE soy yo?
Thomas lo miró largamente con algo parecido a la decepción.
—No. Eres el tipo que está tan asustado de perder que está dispuesto a convertirse en el villano de su propia historia.
Salió antes de que Stefan pudiera responder. La puerta se cerró con un clic suave que resonó como un disparo.
Stefan se quedó solo, rodeado de vidrio y acero y vistas de una ciudad que solía sentir como suya. Se sentó en su silla y giró hacia las ventanas, donde en algún lugar allá afuera Luciana vivía su vida, yendo a clases, riendo con sus amigas, probablemente sin pensar en él en absoluto.
Y eso era intolerable.
Su teléfono vibró contra la mesa. Mensaje de James Park.
"Primera búsqueda completa. Cole es limpio en superficie. Beca completa por mérito. Sin antecedentes. Pero hay algo interesante de sus días de preparatoria en Ohio. Necesito profundizar. Te llamo en una hora."
Stefan leyó el mensaje dos veces mientras una sonrisa lenta se extendía por su rostro.
Ahí estás.
Porque nadie era perfecto. Todos tenían secretos. Todos tenían momentos que preferían olvidar. Y Stefan acababa de decidir que iba a encontrar cada uno de los secretos de Ethan Cole y usarlos para demostrarle a Luciana que incluso su refugio del pasado no era lo que ella recordaba.
Se levantó y caminó hacia las ventanas, presionando la palma contra el vidrio frío. Ethan Cole no sabía que acababa de convertirse en objetivo. Y Luciana tampoco sabía que su vida en Columbia ya no era segura.
Marcó a James.
—Profundiza en ese asunto de preparatoria. No me importa qué tanto tengas que cavar. Encuéntralo.
—Entendido. ¿Y si no es nada relevante?
Stefan sonrió sin humor.
—Todo es relevante si sabes cómo presentarlo.
Colgó y se sirvió otro whisky. El líquido quemó al bajar, pero esta vez fue perfecto.
Pensó en Luciana cerrando la puerta de su auto, en su mirada fría cuando le dijo "Suelta mi auto, Vanderbilt". En cómo había rechazado cada una de sus palabras, cada argumento, cada amenaza.
"Será por las buenas o por las malas", le había dicho.
Ella había elegido las malas.
Día 3 de 120.







