Luciana se miró en el espejo del baño del Plaza y apenas se reconoció. El satén negro se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, el escote pronunciado pero elegante, la espalda completamente descubierta.
Negro. No el blanco virginal que esperaban de una prometida. No el verde suave que su abuelo decía que resaltaba sus ojos.
Sus manos temblaban mientras se retocaba el labial rojo. Había pasado dos días ensayando la sonrisa, practicando cómo mantener la barbilla en alto mientras el mundo la despedazaba. Dos días desde que Ethan salió de su vida. Dos días desde que aceptó la extorsión de Stefan.
Respiró hondo, guardó el labial en su clutch y salió del baño. El ruido de la gala la envolvió: risas, música de orquesta, el tintineo de copas de champán. La élite de Manhattan en su hábitat natural, despedazando reputaciones entre canapés y vino caro.
Stefan estaba junto a la barra, impecable en esmoquin negro, sosteniendo una copa de champán con indiferencia estudiada. Cuando sus ojos se