Ares observó con frialdad al informante que se encontraba frente a él.
Tiberio era un simple hombre, de mirada nerviosa y manos temblorosas.
En ese momento para Ares, representaba el único hilo que lo podía conducir hacia su objetivo: el misterioso capo que amenazaba la seguridad de su familia.
— Creo que no me entendiste —dijo Ares, enfatizando cada palabra, su voz era una mezcla de dureza y determinación—. Te ordené que me lo entregues en bandeja de plata.
El informante, tragó saliva y se aclaró la garganta como si le pesara la lengua.
— No es fácil. Ni yo mismo le he visto el rostro al capo —exclamó, sus ojos buscaron desesperadamente algo de comprensión en aquel semblante inquebrantable—. Solo recibo órdenes del segundo a cargo, y ese hombre es tan despiadado que mataría a su propia madre.
Ares sintió cómo la ira comenzaba a burbujear en su interior. Sabía que cada segundo contaba; la vida de Selene y sus hijos dependía de él.
Sacó su arma y apuntó directamente a la cabeza de Ti