Ares se quedó pensativo. Nunca antes había sentido tanto miedo como ahora, y no por él, sino por ella y por los niños, que eran la parte más delgada de esa soga.
La incertidumbre lo consumía; el peso de su pasado era una carga que le resultaba cada día más difícil de llevar.
Sus pensamientos se agolpaban, y a pesar de la frialdad que le confería su entorno, la seguridad de su familia se escapaba entre sus dedos como arena.
—Te hice una pregunta. ¿Estás dispuesto a comenzar una nueva vida en un país lejano donde nadie nos conozca? Podemos trabajar y salir adelante con los niños —la voz esperanzada de Selene rompió su ensimismamiento.
—Querida, amo tu inocencia. No hay un lugar donde el largo brazo de la mafia no llegue. Una vez que renuncie, mi cabeza tendrá precio. Más bien, déjame cerrar este ciclo —respondió Ares, sintiendo que las palabras pesaban como plomo en su lengua.
—¿Los piensas matar?
Selene se puso pálida, y al mirarlo, Ares vio en su rostro la mezcla de amor y terror,