El vino tinto brillaba como rubíes líquidos bajo la luz tenue de las velas. Observé cómo Thomas servía dos copas con esa elegancia natural que siempre había poseído, ese movimiento fluido de muñeca que convertía incluso los gestos más simples en algo hipnótico. La botella —un Malbec que había guardado para una ocasión especial— parecía haber estado esperando precisamente esta noche.
—¿Cuándo fue la última vez que cenamos así? —preguntó, entregándome una copa—. Solos, sin interrupciones.
Tomé un sorbo pequeño, dejando que el sabor intenso y aterciopelado me invadiera antes de responder.
—Hace siete años y tres meses —dije, sorprendiéndome a mí misma por la precisión del recuerdo—. En aquel restaurante italiano del centro. Pediste risotto de champiñones y yo ravioles de espinaca.
Sus ojos se abrieron ligeramente, como si no esperara que recordara esos detalles.
—Y compartimos tiramisú —añadió, con una sonrisa que iluminó su mirada—. Aunque tú comiste casi todo.
—Porque tú me dejaste —re