Nuestra última noche en Italia coincidió con el cierre del Festival de la Cosecha. Ya llevábamos casi dos horas en la fiesta, paseando entre puestos de comida, vinos locales y artesanías. El festival estaba aún más animado que la primera noche, con músicos tocando en cada esquina y jóvenes bailando en las calles empedradas.
Christian se veía completamente relajado —más tranquilo de lo que jamás lo había visto en Argentina. Conversaba en italiano fluido con los lugareños, muchos de los cuales lo conocían desde niño, y me presentaba con un orgullo que no parecía fingido. Para la comunidad local, éramos simplemente una pareja joven enamorada, disfrutando de la noche italiana.
—Tienes que probar esto —dijo, entregándome un vaso pequeño con un líquido dorado—. Licor de limón casero. La receta de la Signora Ricci es legendaria por aquí.
Lo probé, sintiendo el calor del alcohol mezclado con la dulzura cítrica.
—¡Está delicioso! —exclamé, impresionada.
La señora mayor que nos había servid