La Partida y la Ruptura Silenciosa
Escena I: El Ancla del Jardín Secreto
El día después de la revelación del embarazo, Elías y Ariadna se encontraron en el invernadero privado de la Manada. Era un santuario de cristal y vapor, un lugar de verde exuberante que contrastaba con la austera arquitectura de piedra del complejo. La luz del sol se rompía en millones de prismas, pintando el aire con colores vivos.
Ariadna se movía entre los densos helechos y las raras orquídeas, tocando las hojas con la reverencia de una botánica. Elías la observaba desde la entrada. Ella era una anomalía en su mundo: una bruja, un ancla, la portadora de la vida y la clave de la destrucción, pero en ese jardín, era simplemente la mujer de la que estaba irrevocablemente enamorado.
—Elías, ven —llamó ella, deteniéndose junto a una mesa de trabajo cubierta con morteros y herramientas de cobre—. Necesito tu ayuda para moler esto.
Elías se acercó, su gran figura casi ridícula junto a las delicadas herramientas. Tom