La Luna Enemiga
El aire gélido del callejón era denso, pegajoso con el hedor a basura y el miedo. Ariadna sintió el frío de la pared de ladrillo contra su espalda, un contraste brutal con el calor ominoso del cuerpo imponente que la acorralaba. Era Kiam, su silueta alta y esbelta recortada contra la penumbra de la calle a sus espaldas, con sus ojos color esmeralda brillando como dos linternas en la oscuridad. Había corrido a buscar respuestas de Elías y, sin saberlo, se había precipitado directamente a otra trampa.
—¿A dónde crees que vas, Ariadna? —La voz de Kiam era un susurro seductor y peligroso, el sonido de un depredador a punto de abalanzarse.
La adrenalina disolvió su miedo en una oleada de rabia hirviente. Ariadna, la misma mujer que había confrontado a un Alfa en su propia sala y había huido de la mentira de Carlos, no iba a ceder ante esta nueva amenaza.
—¡Apártate! —espetó, intentando apartarlo con un empujón que fue tan inútil como chocar contra una montaña. La sonrisa d