Cuando la muerte de Reyna, su gemela, deja a Evanora con un saco de deudas y a sus hijos, decide que mantenerse alejada de su cuñado; el hombre más frío, cruel que dejó morir a su hermana, es la mejor opción. El odio es tal, que le oculta el secreto hasta que él le hace una propuesta que no podrá rechazar tan fácilmente, al descubrir Marcel, que ella es idéntica a su mujer, comienza a maquinar un sucio plan que los pondrá a los dos, al filo del deseo. —¡Son mis hijos! —Haz lo que quieras, no te los voy a dar, ¡mi hermana está muerta por tu culpa! —Entonces vas a firmar esto. Extendió el documento sobre la mesa, y al leerlo, la sangre le hirvió, porque él quería que ella fuera… la niñera de sus propios sobrinos.
Leer más—¡Evanora!... Por… Por favor, te lo ruego, toma a mis hijos con... con su padre, ¡me estoy muriendo… Y esta…… es mi última petición! —una lágrima resbaló por el rabillo del ojo de la pálida mujer mientras, con sus últimas fuerzas, cogía la mano de su hermana Evanora y le suplicaba que encontrara al verdadero padre del niño después de su muerte.
—Reyna, no, ¡No morirás!, no permitiré que me dejes así a mis sobrinos! Ellos necesitan a su madre, y yo te necesito a ti mi hermana, ¡tendríamos un futuro brillante!
—Por favor Eva, sé cómo me va a pasar. Me moriré… quiero que perdones a mi esposo, tu cuñado, como si nunca le hubiera guardado rencor, y deja que los niños lo reclamen como padre, y yo me contentaré con rezar por todos vosotros todos los días en el cielo...
—No me dejes, eres mi última familia en este mundo, ¡por favor! Noooo.
—Más que yo, tienes a mis dos bebés… Solo para ver que mis hijos puedan volver con su padre, eso es todo lo que pido, después de mi muerte.
[…]
Bajo un cielo nublado y la ligera llovizna que ofrecía aquel día funesto, se encontraba Evanora, la mujer que había cumplido veinticinco años la semana pasada, de rostro pálido que reflejaba la pena que estaba sufriendo, su cabello largo y oscuro le hacía el marco perfecto a su perfilado rostro, con ojos grises y sagaces, observaba con detenimiento, su reflejo dentro del ataúd.
—Reyna —susurró con un hilo de voz que se le resquebrajaba en la garganta.
Cerrando la tapa, dejando caer sobre esta el último ramo de flores, orquídeas, las favoritas de su hermana, se despidió de su gemela, había fallecido de forma repentina, tras haber dado a luz.
Los toques de la campana empezaron, ululaba relatando la corta y trágica vida de Reyna: hace un año le tendieron una trampa, su marido pensó que le traiciono la pobre y débil mujer fue expulsada sin piedad de su casa sin saber que estaba embarazada.
Meses después, Eva recibió a su pobre hermana expulsada y decidió ayudarla.
Eva estaba demasiado ocupada administrando un pequeño restaurante que dejaron sus padres poco antes de morir en el pueblo natal, lo que podía mantenerse la vida de la familia. Ella siempre creía que empezarían una nueva vida juntas, felices y seguras para siempre, pero tan solo 8 meses después, lo único que le queda a Evanora son dos niños gemelos recién nacidos y una montaña de facturas que han sido pegadas por toda la puerta de la casa donde viven, mientras los dos pequeños yacen tranquilamente en casa en sus cunas durmiendo, completamente ajenos a la noticia de la marcha definitiva de su madre Reyna debido a una complicación en el parto y una hemorragia interna.
—Te quiero… hermana —sorbió su nariz.
Evanora deposita un tierno beso sobre el ataúd, dispuesta a que termine la ceremonia y dar por terminado todo. De pronto, el sonido chirriante de las puertas de la iglesia al abrirse.
—¡¿Dónde está Reyna?!
La voz llamó la atención de Evanora, levantando el mentón. Un hombre vestido de traje se acercó al ataúd corriendo.
—¡ Estas viva o muerta! —el hombre alzó su voz, intentaba extender su mano y abrir el ataúd para confirmar la muerte.
—¡Qué hace! Detente! —Evanora impidió el hombre agarrando sus brazos.
El hombre giró la cabeza, en un instante podía reconocer que era su esposa...
—¿Está loco Señor? Aquí no debería entrar —el hombre seguía de pie sin moverse.
《No, esa no era su voz》
A la mirada del hombre, se ve decepción en él.
Según las noticias en el periódico del pueblo, murió una Sra. Taylor, que, en el obituario publicado, se decía que era una mayor de su familia, así podría aprovechar la oportunidad de la reunión de su familia para encontrar su esposa y su hijo, que, según las investigaciones de su detective, Reyna tiene un hijo..., cabe alta probabilidad de que es de él… quería pedir disculpa para poder volver a vivir juntos después de este funeral...,
Sin embargo, al llegar a la puerta, se escucha que la difunta es una joven...
¿Pero la difunta…? ¿Cómo puede ser su esposa?
—Sr. Salga de aquí, por favor. —la mirada de la mujer no aparta del ataúd, se apretó los puños.
—Pero Reyna, ¿no quieres verme? ¿Por qué no me ves?
El hombre alargó la mano para tocar el hombro de la mujer y ella retrocedió bruscamente. Observaba la mujer que estaba delante, no tenía el mismo brillo e ilusión que emanaba ternura en sus ojos, no era la mujer amable y tierna que solía recibirlo con una sonrisa cada que llegaba a su casa, o la misma que le horneaba galletas y pasteles cada que consideraba que era buena idea darle un detalle.
No, aquella mujer tenía la más fría y severa mirada, había demasiado odio, resentimiento, culpa y dolor en aquella mirada fugaz y gélida.
El hombre se acercó lo suficiente, tratando de mermar el espacio que habitaba entre los dos, y en medio de un susurro bien ensayado con anticipación.
—¿Reyna, no seas enfadada, hablamos un rato vale?
—Señor, repito, que yo no soy Reyna. No te conozco ni los demás visitantes, no sé qué estás haciendo aquí, pero si tiene algo que decirle a mi hermana, te recuerdo que ya es tarde, su ataúd está listo para salir de aquí.
—Pero Reyna… No creo que no seas Reyna. Tú jamás me habías dicho nada de que tienes una hermana.
—¡Basta! Señor, si sigue ofendiendo a mi hermana aquí, no seguiré permitiendo que interrumpa el funeral aquí. —Eva es demasiada triste para tener energía de adivinar quien es este visitante.
—Vale… Solo necesito enterarme de una cosa y yo me voy.
—Dígame
—¿En dónde está mi hijo?
La ira lleno los ojos de Eva, se da cuenta inmediatamente quien es este hombre adelante. El bastardo cuñado, Marcel.
<¡Cómo se atreve a presentarse delante el cuerpo de mi hermana, un pecador sin sentimiento!>
—¡Vete de aquí! —exclamó.
Para su hermana, no comprendía cómo es que no le importe Reyna ni con una palabra más, aun estando su cadáver frente a él.
Pero no solo se trataba de eso, sino, que sintió que la rabia la estaban consumiendo al pensar que estaba frente al mismo hombre que bien pudo haber estado en la cama de alguna otra mujer, mientras su hermana sufría en el embarazo y daba a luz. La angustia de Evanora, se mezcló con todos esos sentimientos oscuros que había crecido dentro de ella como larva, desde que se enteró de que él había sido la desgracia para su hermana, no comprendía cómo es que no le importe Reyna ni con una palabra más, aun estando su cadáver frente a él.
El hombre frunció el ceño y se puso rígido.
—No, hasta que me digas en dónde se encuentra mi hijo.
—¿Ahora si te preocupa? —resopló ella, conteniendo las ganas que tenía de sacar a aquel hombre de la iglesia, sabiendo que era un insulto para ella y la memoria de sus padres—. ¿No crees que es un poco tarde?
La mirada del visitante se oscureció, nunca había sido un hombre que gozara de mucha paciencia.
—No pienso repetirlo dos veces, dame a mi hijo —esta vez sentenció.
Al lado del hombre, permanecía callado, un hombre rubio, de ojos ámbar, casi amarillos, con mirada astuta y sonrisa de media luna encantadora, pero que develaba que sus intenciones detrás de esa fachada de galán, se encontraba la maldad pura.
—Piensas que es tan fácil venir aquí, al funeral de mi hermana y reclamar a tu hijo, como si eso te diera todo el derecho, no —Evanora punteó con el pie, y los presentes comenzaron a murmurar, sorprendidos de verla actuar así de impulsiva—. Sientes que tienes el derecho de llamarte padre, cuando lo único que has hecho es ser todo, menos eso.
Poco a poco los murmullos de los asistentes la sacaron de su estupor y negando con la cabeza, se negó a seguir hablando con él.
—Este es el funeral de mi hermana, te pido que te vayas, no tienes ningún derecho a estar aquí —Evanora le lanzó una mirada cargada de silenciosas amenazas que había construido en su mente y que estaba decidida a llevar a cabo, en caso de que Marcel insista en llevarse a los gemelos.
Giró sobre sus talones con toda la intención de dar por terminado el tema, cuando el hombre tiró de su brazo, deteniendo su paso.
—¿Dónde has escondido a mi hijo? Solo necesito saber eso —refutó él.
—¡Ya te dije, vete y nunca vuelvas!
Evanora se retorció inquieta sobre su agarre, el hombre se negaba a irse sin su hijo, por lo que molesto, comenzó a tomarla con fuerza por los hombros.
—¡Bruja, dime, habla, en dónde está mi hijo!
—¡Ya te dije que no te lo diré!
—¡Si no me dices dónde está mi hijo, juro que te vas a arrepentir toda tu miserable vida!
—¡Quiero ver que lo intentes!
**
Suficiente, era la primera vez que Marcel se enfrentaba a esta situación, Reyna siempre había sido una esposa sumisa y obedecía todo lo que él pidiera, en cambio, Evanora, su hermana, era como la versión oscura y rebelde de ella.
Era tanto el escándalo, algunos asistentes tuvieron que subir a separarlos, el rubio que acompañaba a Marcel, hizo lo propio encargándose de su amigo. Evanora lanzó un par de palabras con doble intención para que se marchara, sin embargo, Marcel no pensaba
hacerlo, y fueron las palabras de su acompañante, lo que hicieron que se tranquilizara.
Una vez separados, ambos sabían que ninguno iba a ceder, el funeral transcurrió con calma, pero Marcel jamás apartó la mirada de su cuñada, estudiando cada uno de sus movimientos, supo que no iba a volver a cometer el mismo error dos veces, y que no se iría sin su hijo, mientras que Evanora pensaba detenidamente, llegando a la conclusión de que escaparía en cuanto terminara el cortejo fúnebre, aprovechando la multitud para escapar.
“Jamás te voy a entregar a mis sobrinos, desgraciado"
MINUTOS ANTESMarcel se encontraba ansioso por terminar la reunión con Alejandra cruz, la mejor amiga que cualquier hombre pudiera tener, pero que tiene la fortuna de que sea él quien lo sea, una rubia de ojos azules tan hermosa, que hacía voltear a cualquiera que se cruzara a su paso, una lástima para ellos, porque ella era lesbiana. La había conocido hace muchos años, en la universidad, cuando eran muy cercanos y la gente incluso pensaba que terminarían juntos en medio de un feliz matrimonio, no podían estar más alejados de la realidad. Si no fuera por su orientación sexual, probablemente él hubiera pensado lo mismo e incluso hubiese intentado algo con ella, no es el caso. —No puedo creer que tantas cosas hayan pasado en mi ausencia. La voz de Alejandra lo hizo salir de sus pensamientos y se concentró en ella, ya habían firmado el contrato que ahora los convertía en socios, había sido un duro trabajo, pero gracias a ella y algunos que creían en él todavía, su empresa se recuperab
Evanora tomó una bocanada de aire profundo, mientras intentaba lentamente abrir los ojos, el olor a antiséptico le picó la nariz, poco a poco una luz cegadora la hizo querer volver a la oscuridad en la que se había hundido estas últimas semanas, los recuerdos había llegado de golpe, era como si la película de su vida hubiese pasado delante de sus ojos. Al abrir los ojos y darse cuenta de que se encontraba dentro de una habitación de hospital, se incorporó, recordaba todo, Nicolle disparándole, Bear como cómplice, luego el impacto de bala, todo le daba vueltas, el ácido estomacal se le subió por la garganta y sin poderlo evitar, salió de la cama y comenzó a vomitar, no pudo contenerse. Vio su reflejo en el espejo y sintió deseos de llorar, se veía demacrada, cuando regresó a la cama, la puerta ya estaba abierta y Marcel entraba con un vaso de café. —Despertaste. —Marcel —frunció el ceño—. Recuerdo todo. El alma le regresó al cuerpo a él en cuanto dijo esas palabras, dejó el café s
Marcel se sentía aturdido, no sabía qué decir o cómo actuar, hacía más de dos semanas que Evanora se estaba comportando de un modo extraño, distante, poco a poco recordaba algunas cosas vagas, en su mayoría sobre su infancia, en general tenía la intuición de que estaba ocultando algo. Cuando sus miradas se encontraban, era solo para enfocarse en algo que había hecho mal, luego se apartaba, se alejaba y se encerraba en ese caparazón duro y hostil. Leroy había estado visitando la casa y pasaba horas encerrada en su despacho, luego se iba y todo volvía a ser como antes. La cuestión es que no había estado intentando algo nuevo, debido a que quería darle espacio, no se imaginaba lo que era tener la mente en blanco, que todos te dieran una parte de su versión, pero que ni con eso, pudieras reconstruir toda la verdad. Una vida entera perdida gracias a su hermanastra, Nicolle. Bear seguía en fugas y su empresa iba mejorando, con la ayuda de Evanora había vuelto a recuperar la confianza de
Evanora sintió una punzada aplastante en su pecho cuando eligió estar con Leroy, pero rápidamente soltó su mano, el tacto no era el mismo, lo sentía… frío, distante, diferente, nada de esto era especial para ella, y, sin embargo, todo esto le parecía demasiado confuso. —Quisiera hablar un momento a solas contigo —susurró ignorando a Marcel. —Evanora —dio un paso adelante a sabiendas de que estaba caminando sobre terreno desconocido. Ella le miró una última vez antes de tomar una bocanada de aire profunda. —Solo quiero hablar con él. —¿Y por qué no conmigo? —inquirió él con desespero. Evanora no supo qué responder al instante, era cierto que sentía que conocía más a Marcel, pero por alguna razón sentía al mismo tiempo un poco de recelo, mirando a Leroy, supo que era sincero. —No lo sé —musitó por lo bajo. —Ya la oíste, Marcel. Él la miró una última vez antes de salir de la habitación echo una furia, odiaba la idea de que Leroy pudiera contarle las cosas desde su manera y no co
Han pasado dos semanas desde que Evanora entró en coma, uno que le ponía de mal humor a Marcel, porque no solo tenía que lidiar con sacar su empresa a flote con ayuda de los pocos socios que aún creían en él, sino, porque Leroy hacía visitas constantes, ya había ordenado que no se le dejara pasar, pero él era astuto y compraba a las enfermeras en guardia para que le dieran acceso a sus espaldas. Los minutos pasan, sus hijos estaban a cargo de Erin, la mejor amiga de Evanora, y a quien Finn acosaba en secreto, sabía bien que lo único que quería con ella era una follada de una noche, ya que su vida tenía un plan de seguimiento que debía cumplir, y por si no bastaba con soportar la dura presencia de su amigo, él le pagaba por cuidar de sus hijos. —¿Señor Turner? La voz del doctor lo sacó de su ensimismamiento, giró para encontrarse con su mirada, la cual solo denotaba preocupación, dejando de lado la máquina de comida. —¿Sucede algo? —Me temo que sí, su cuñada, la señorita Tylor, ha
La ansiedad carcomía a cada segundo a Marcel, necesitaba saber que Evanora estaría bien, los doctores no les daban buenas esperanzas, la policía seguía en busca de Bear, quien se había dado a la fuga y era cómplice de Nicolle al intentar no solo robar el dinero y violar el sistema de seguridad, sino, de ser el culpable del déficit de toda una fortuna. Y no conforme con todo lo que le estaba pasando, estaba el hecho también de que Leroy no había querido moverse del hospital, argumentando que no iba a irse hasta saber que ella estaría bien, lo que convertía la sala de estar en un campo minado en el que ambos se lanzaban miradas llenas de amenazas. Finn había ido con Erin para saber que los niños estaban bien, su amiga quería venir pero no podía. Marcel se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro, hasta que la voz gruesa de Leroy, lo hizo detenerse. —Todo esto es tu culpa —espetó con rencor—. Si ella muere, serás el único culpable de todo. Marcel se le quedó viendo con odio. —¿
Último capítulo