Capítulo 4: Una Salida Fácil

Evanora caminaba de un lado a otro, no iba a permitir que su cuñado Marcel, la intimidara, si bien era cierto que ella tenía más que perder en esta situación, no era de las mujeres que se dejaban vencer tan fácil, una cualidad que Reyna le admiraba. 

Se detuvo a admirar a sus sobrinos dormidos, ellos habían sacado el color de cabello castaño de Marcel, pero se parecían a su hermana, sus rasgos físicos, además de que heredaron los ojos grises que caracterizan a los Taylor. No quería dejarlos, eso le supondría un dolor inmenso en el pecho. 

Pero si bien era cierto, debía de solucionar los asuntos monetarios que tenía, por lo que habiendo dejado que durmieran, se dirigió al restaurante, temerosa de que se encontrara con Marcel de nuevo, afortunadamente no estaba. 

—¿Todo bien, jefa? 

La voz de Erin Scott, una chica de estatura mediana, cabello color rubio platino y ojos verdes, su mejor amiga, mesera y quien le ayudaba administrar el restaurante en su ausencia, la sacó de su ensimismamiento. 

—Sí, ¿cómo van las ventas el día de hoy? —trató de sonar lo más tranquila. 

Erin no era tonta, presentía que algo malo le pasaba, algo que no tenía nada que ver con la muerte de Reyna. 

—Mal, la verdad es que estas dos últimas semanas han estado fatal, casi no hay turistas, y el clima tampoco ayuda mucho. 

Evanora realizó una mueca. 

—Ya encontraré una solución. 

Erin bajo la mirada, apenada, sus mejillas se tiñeron de pronto, de un color rojo carmín. 

—¿Qué sucede? —inquirió con cautela. 

Erin levantó la mirada, sentía pena al decirle lo que realmente ocurría, pero al ser su mejor amiga, su lealtad estaba con ella. 

—Escuché que muchos de los empleados ya se cansaron de que no haya paga, algunos incluso trabajaron horas extras, pensando que de esa forma iban a subir las ventas, no los culpes, ellos han puesto todo su empeño en esto, es solo que… 

Evanora ya había deducido que muchos empleados estaban insatisfechos, los comprendía, ella en su lugar estaría igual. 

—Están cansados, muchos dijeron que cuando cerraras el restaurante, te iban a presentar una denuncia formal —finalizó Erin con el corazón compungido por su amiga. 

—Entiendo. 

—Si quieres puedo hablar con algunos y tratar de convencerlos. 

La idea le parecía egoísta, Evanora sabía que no podía seguir disponiendo de ellos sin un salario, por lo que no iba a detenerlos, al contrario, ella es la que estaba avergonzada por no poder hacer más por ellos ni por el sitio que una vez fue el sueño de sus padres. 

—No —negó con la cabeza—. Diles que por la noche quiero hablar con todos ellos. 

Por su mente se cruzó la idea de poder ella sola con las labores, estaba segura de que Erin no la dejaría sola, tal vez ellas dos serían suficientes por el momento. Mientras tanto, podría buscar otras opciones, le quedaba hipotecar la casa de sus padres, una opción que en los últimos años había dejado de lado. 

Se le partía el corazón, sin embargo, era necesario si quería quedarse con los niños, la cabeza le comenzó a doler y el día transcurrió normal. Hasta que dos horas antes de cerrar, cansada hasta morir, con frío, hambre, y sabiendo que la lluvia seguía sin cesar, un hombre entró al restaurante, vestido de traje. 

Frunciendo el ceño y pensando que se trataba de la gente de su cuñado Marcel, se preparó para correrlo, pero estaba equivocada. 

—¿Señorita Evanora Taylor? —preguntó el hombre bajito y regordete. 

—Soy yo —tragó grueso—. ¿Qué se le ofrece? 

El hombre la localizó, su rostro apacible se transformó en una rabia que iba dirigida solo a ella. 

—¡Señorita Taylor, he venido porque ya lleva más de dos meses sin pagar la luz que consume, sin contar la deuda que tiene en el banco de quinientos euros, si no paga esta vez, me temo que tendremos que clausurar este sitio y tomar como pago, la casa! 

El miedo se apoderó de ella. 

—Señor, entiendo su posición, solo necesito un mes más… le prometo que… 

—¡No, ya no más, si mañana mismo no tiene el dinero, puede despedirse de esta pocilga! —el hombre la miró con desprecio, a ella y a todo el sitio que estaba casi en ruinas. 

El hombre no dijo nada y ella se sintió humillada frente a su gente, quienes se habían amontonado en las esquinas para admirar el penoso encuentro. Evanora se dejó caer sobre la silla frente a la barra de bebidas. 

—Bien, como pueden ver, quien se quiera ir, adelante, sin rencores, yo no les puedo pagar, por lo que les pido una disculpa y les agradezco su apoyo, sin ustedes, yo hubiera estado perdida —les dijo a sus empleados, con la voz a punto de quebrarse. 

Los empleados, aunque quisieran quedarse más tiempo, lo vieron como un caso perdido, y uno a uno paso, le dieron las gracias, se despidieron de ella y salieron hasta que se quedó sola con Erin, quien la rodeaba por los brazos. 

Su mejor amiga estudiaba historia antigua, tenía el sueño de ir a Egipto un día y presenciar algún descubrimiento arqueológico. 

—Tú también tienes que irte. 

—¿Y dejarte sola? Ni loca, dos cabezas piensan mejor que una, ya se nos ocurrirá algo, escucha, yo tengo un par de ahorros y… 

—No, no quiero que uses eso, lo has estado ahorrando para pagar la matrícula de tu último año de maestría, olvídalo. 

Una salida fácil, eso era lo que buscaba ella, luego de despedir a su amiga y cerrar el local, se dirigió con los ánimos por el suelo, a su casa, donde ya la estaban esperando sus sobrinos, despiertos, quienes balbuceaban cosas, Dante, el que había nacido primero y por supuesto era mayor, comenzó a llorar y ella lo cargó en brazos, Dorian era más tranquilo. 

—Tranquilo, no voy a dejar que nada malo les pase. Lo prometo. 

De pronto, sintió que un escalofrío recorría su espina dorsal al recordar la rencilla con el padre de los niños, era tan injusto, luego de tratar así a su hermana, se atrevía a esto.

[...]

Por la mañana, se levantó temprano, la última amenaza de aquel hombre, no le dejó dormir, las cosas empeoraron cuando se dio cuenta de que ya no quedaba fórmula de leche, tampoco pañales, y era tan escaso el dinero, que prefirió quedarse sin comer ella ese día, con tal de conseguir lo que necesitara. 

—¡Lo siento, no puedo fiarte más, Evanora, esto es un negocio, no un sitio de caridad! —le gritó el tendero. 

Quien hasta hace poco había sido amable con ella, hasta que se enteró de sus verdaderas intenciones hacia ella. 

—Por favor, Germán, prometo que te pagaré en cuanto tenga —insistió ella, con los ojos a punto de escocer. 

—Ya te dije que no, de la amabilidad no vive el hombre —arguyó aquel hombre con severidad, retirando los pañales del mostrador, no le alcanzaba para eso—. Sin dinero, no hay nada, solo te alcanza para una fórmula de leche, lo siento. 

Evanora quería llorar de la rabia. 

—Si no vas a comprar nada más, vete, que me ahuyentas la clientela. 

Y con esto, Evanora se fue directo a casa, su estómago emite un rugido, con todo lo sucedido con su hermana, se había gastado los últimos ahorros en su funeral, incluso había olvidado desde cuando no probaba alimento. 

Llegando a casa, no dejaba de ver la hora, tuvo que improvisar con los pañales, usando un trozo de tela, lo sentía tan medieval, que se dio pena ella misma, No obstante, cuando todo hubo perdido, llegando la hora indicada por aquel hombre, sonó el timbre de la casa. 

Las manos le temblaban, el aire colapsó en sus pulmones y los comprimió, se dirigió a la puerta con la intención de tratar de convencer al hombre, solo que al abrir, no era la persona que esperaba, sino Marcel, su cuñado, en compañía de aquel hombre rubio que había visto a su lado en el funeral de su hermana. 

—¿Qué haces aquí? Te dejé claro que no iba a ceder —se cruzó de brazos. 

Finn detallaba todo con cuidado, mientras Marcel y ella tenían una batalla de gladiadores en silencio. 

—Yo bien podría decir lo mismo, sin embargo, vengo con otra intención —respondió él, con gesto adusto. 

—¿Qué? —Evanora enarcó una ceja con incredulidad. 

Pese a estar muerta de miedo, no iba a dejar que su cuñado viera sus debilidades. 

—Vengo a ofrecerte un trato. Una salida fácil.

Y con esto, ambos hombres entraron sin ser invitados por ella. 

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