Las mañanas siempre eran bellas en la Villa Medici, no importaba que estación del año, ni si estaba soleado o no, el solo hecho de estar en ese lugar era hermoso. Los árboles siempre se veía magestuosos, incluso sin hojas durante el otoño.
Hacía mucho tiempo que Rebecka se había acostumbrado a recibir una cantidad demasiado grabfe de cartas al día y ese día no fue diferente. El cartero, nuevo oficio que se estaba poniendo de moda en esos años, llegó temprano, como siempre, y esta vez tenía una carta personal. Eso si era raro, solo cartas de negocio, todos los días, sus amigas no le escribían entre semanas y sus padres ya no hablaban con ella. Su marido, el señor Medici, no tenía muchos amigos y....menos amigas, sus hermanas se habían casado jovenes y ahora apenas se recordaban que él existía.
-Francisco, te llegó una carta, de...una amiga- leyó quien la había enviado antes de dársela. - La señorita Maidalkini- hizo una mueca, nunca había escuchado de ella.
El corazón de Francisc