Las malas noticias llegan justo en los tiempos más felices para recordarnos que ni la tristeza, ni la felicidad son para siempre

Mientras todos vivían sus vidas, en aquella casa noble con propiedades que nunca habían florecido en su totalidad, con las manos negras y la sangre que brotaba de su boca moría el señor Maidalkini.

Cartas fueron enviadas a sus hijas, las que insistieron que pagarían cualquier cantidad de monedas de oro para que su padre fuera enterrado con dignidad. Olimpia deseaba tener una tumba a la que ir y recordarse que había sido mucho más fuerte de lo que él fue. Celestina deseaba el total y solitario descanso de su cuerpo mortal pues estaba segura que su condena sería pagada en el infierno. Artemisia debía ser la hija perfecta hasta el final. Finalmente su entierro se realizó en una tumba apartada del pueblo y las tres hermanas se reencontraron juntas otra vez.

El marido de Artemisa, el señor Sforza, se preguntó porque el señor Panfili había sido acompañado por Marco, la justificación era que hace tiempo sufría de mareos, la verdad era que Olimpia lo había exigido y Ricardo estuvo de acuerdo, ambos eran complices jugando a ser Cupido y Afrodita.

Después de la ceremonia la familia Panfili ofreció su carruaje para que Celestina regresara al convento acompañada por Marco mientras ellos tomaban una taza de te en la residencia de Artemisa.

Màs que un funeral era la justificación perfecta para una reunión de familia. Y para Celestina, era la perfecta ocaciòn de saborear la felicidad.

- La señora Panfili es extremadamente generosa- dijo Marco, extendiendo la mano para ayudar a Celestina a subirse al carruaje.

- Ella lo sabe- dijo Celestina mientras Marco cerraba las puertas del carruaje para quedar atrapados, pero màs libres que nunca.

La mano de Celestina se colocò en la de Marco, esta vez no hacìa falta justificaciòn. Los latidos demasiado ràpidos, la respiraciòn demasiado fuerte y el deseo que quemaba, demasiado ardiente.

Marco nunca se habìa permitido soñar con eso, ni siquiera en sus momentos más alocados bajo efecto del opio. Se acercaba a la de Celestina y ella podía sentir su respiración mientras hablaba

- tu y yo, solos, juntos, sin miradas ajenas, perdona pero- se acercó màs aún, podían sentir sus respiraciones aceleradas andar a compàs.

- No vuelva a pedir perdón, le exijo- dijo Celestina dejandose llevar por el calor de su cuerpo, la brisa lijera de su respiración y el deseo de su boca.

Sus bocas se unieron delicadamente y lentamente el deseo que había estado contenido por años quemó su cuerpo, bajó todas las barreras, se convirtió en pasión desenfrenada y violenta. Las manos de Marco recorrieron su mejilla, su cuello, su espalda, su cintura y la apretò màs a èl. Aùn habìan demasiadas cosas que los separaba pero al menos debìan derribar una y esa habìa sido la distancia de sus labios.

- Celestina- susurro su nombre mientras hincaba delicadamente sus dientes en su cuello.

- Marco- dijo gimiendo, entrelasó sus dedos en su cabellos.

Su agarre fuerte y desidido la hacìa sentir tan pequeña, tan vulnerable y eso le encantaba, querìa que la tomara y la hiciera suya. Desgraciadamente el camino al convento era corto y llegaron más rapido de lo deseado pero ese contacto, màs profundo que solo físico, sus almas se habían unido para formar una sola y sus sentimientos habían sido escrito con sus labios. Celestina recordaría como sus dientes mordían su piel esa noche, despertando con una agradable humidad entre sus piernas y, como cada ser humano que ha probado un pequeño pedazo de placer, implorando por más.

Y llegarìa, ese màs que ella imploraba, pronto lo obtendrìa y conocerìa el pecado. Pero no el mes siguiente, no, el mes siguiente conocerìa el dolor màs profundo y la tristeza màs negra.