Ricardo intentó ser fuerte. Lq llama del amor de su vida se había apagado para siempre. Se sintió más viejo, sin ganas de ir al viñedo, sin ganas de galopar, incluso sin ganas de leer libros de Historia y Filosofia, no podía pensar en hacerlo, era algo que había compartido con ella todos esos años.
Sentía el miedo de llorar, de perder la razón y caer en esa espiral oscura donde solo se escuchaba la soledad y la tristeza, que se apoderaba de su corazón y lo exprimía haciendolo llorar lagrimas de sangre, como la sangre que había manchado los alrededores de la boca de su amada, siempre sería su amada Olimpia.
Olimpia Maidalkini, él la quería recordar con ese nombre, siempre supo que no era cien por ciento suya y eso le encantaba, fuerte, decidida, fría y aún así la amaba, no, por eso la amaba.
- Tu madre me dijo que te diera esto- dijo Ricardo entregandole de regreso el pañuelo con la anemoma que ahora era roja sangre, se quedaría ahí para siempre, la sangre Maidalkini, la sangre