Maddison
El jardín del salón de eventos es un pequeño paraíso de luces tenues, pero para mí solo es el escenario donde vuelvo a enfrentarme a los demonios que nunca dejaron de perseguirme.
Derek está frente a mí con sus ojos fijos en los míos, y aunque intento no ceder, siento cómo cada palabra suya sacude los cimientos que tanto me esforcé por reconstruir.
—No te cases con él, Maddison —me dice con esa voz baja, cargada de algo que no sé si es ternura o pura arrogancia.
—No lo entiendes —respondo con la voz temblorosa, aunque intento mantenerla firme.
—Te entiendo mejor de lo que crees —da un paso más, su cercanía es un muro que me asfixia y, al mismo tiempo, me atrae—. No lo amas como me amas a mí.
Mi corazón se estremece, pero no dejo que lo vea. Me niego a darle ese poder otra vez.
—Eso no importa. No puedo confiar en ti, Derek, no después de todo lo que hiciste.
Él me mira con una intensidad que me deja sin aliento. Puedo ver cómo sus pupilas se dilatan, cómo sus labios se entrea